(3) CÉSAR DEBE MORIR, de Paolo y Vittorio Taviani.

SHAKESPEARE ENCARCELADO
Entre las numerosas obras teatrales que han sido adaptadas al cine de una forma muy libre, aprecio especialmente las de Peter Weiss (Marat-Sade de Peter Brook, 967) y Chejov (Vania en la calle 42, de Louis Malle, 1994), a las que hay que añadir ahora esta de los hermanos Taviani, realizada a partir del Julio César de William Shakespeare, que poco tiene que ver estilísticamente con la notable versión que hizo J. L. Mankiewicz en 1953 sobre el asesinato del victorioso general romano por Bruto tras despertar la desconfianza de un grupo de senadores que se confabularon contra su ambiciosa aunque honesta gestión política.
La película de los Taviani fue galardonada con el Oso de Oro en el pasado Festival de Berlín y, narrada mediante un largo flash-back, recoge en 76 minutos fragmentos seleccionados, sintetizados y reordenados de la pieza escénica original, añadiendo frases fuera de contexto histórico y expresando todo ello con un lenguaje popular nada académico, fruto de la traducción de los textos a los diversos dialectos regionales de Italia.
El resultado es una experiencia apasionante porque los actores son presos que cometieron graves delitos y que cumplen largas condenas en la cárcel de alta seguridad de Rebibbia (Roma), donde los internos suelen representar o recitar diversas obras bajo la dirección de Fabio Cavelli. Los Taviani se entusiasmaron al ver las actividades llevadas a cabo por personas incultas y marginadas, proponiendo el rodaje de la mencionada obra shakespeariana, alternando el uso del color —representaciones en el escenario ante el público— con el blanco y negro —relato de las biografías de los reclusos, ensayos sobre la obra y escenas de la vida carcelaria—.
Algunos pocos presos ya han sido amnistiados y viven en la calle, porque el film puede leerse también como una reivindicación del arte como un instrumento fundamental para la liberación y la regeneración en contraste con la asfixiante y rutinaria estancia en el interior de las celdas. La no profesionalidad de los intérpretes no constituye esta vez un inconveniente sino una ventaja, ya que su forma de recitar los diálogos se aparta del estilo academicista y declamatorio habitualmente utilizado en las piezas clásicas, para lograr una naturalidad y un realismo que llegan a emocionar, trazando también un paralelismo entre los personajes y las motivaciones de Shakespeare con su propia trayectoria vital, con sus relaciones personales, sus afectos y sus odios, la violencia y la posibilidad de redención, unos conceptos universales —amistad, poder, tiranía, injusticia, traición, etc.— que casan perfectamente con la ambigua expresión de “hombres de honor” que se aplca a los asesinos de conocidas organizaciones criminales napolitanas y sicilianas: la Camorra y la Mafia.
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