(1) SINISTER, de Scott Derrickson.

MIEDO, SUSPENSE Y CINTAS DE VÍDEO
La última película de Scott Derrickson, responsable de las discretas El exorcismo de Emily Rose (2005) y Ultimátum a la Tierra (2008), resulta un singular batiburrillo de aportaciones de títulos emblemáticos del género mediante la ya conocida fórmula del found footage o “metraje encontrado”, en la que la historia narrada —o una parte significativa de ella— se presenta como un material fílmico descubierto por el/los protagonista/s, al igual que ocurría en El proyecto de la bruja de Blair (1999), Paranormal Activity (2007) y Cloverfield (2008).
Carente de la mínima pretensión, Sinister deambula por los caminos más transitados del terror sobrenatural, por lo que adolece de aspectos novedosos que aporten una nueva perspectiva a la denostada figura del ente fantasmagórico. A ello conviene añadir sus inevitables convencionalismos, resumidos en la obsesión por el susto, los comportamientos poco verosímiles de los personajes y la omnipresencia del villano. Todo ello materializándose en un burdo ejercicio de estilo que puede ocasionar la sensación de hastío en el espectador, cansado de que se confunda el terror —entendido como estado anímico— con el mero sobresalto —entendido como emoción—. El cine clásico manejaba mejor ambos conceptos en el plano psicológico del espectador, opuestos en intensidad y duración.
No obstante, Sinister tampoco merece el desprecio de este crítico por la lograda atmósfera enrarecida que enmarca la historia, la lograda dosificación del suspense y el buen oficio del actor Ethan Hawke. Eso sí, recomendable únicamente para los amantes del citado género. Para el resto, no merece la pena.
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