(2) VACACIONES EN EL INFIERNO, de Adrian Grunberg.

ÉRASE UN GRINGO EN UNA CÁRCEL MEXICANA
En ocasiones los prejuicios juegan malas pasadas: un director novato, un enfant terrible de Hollywood en declive por sus polémicas salidas de tono, un penal mexicano como escenario… la cosa no invitaba al optimismo. Sin embargo, no exagero al afirmar que Vacaciones en el infierno constituye una de las sorpresas cinematográficas de la temporada.
Y lo es porque este thriller carcelario con cierto aire de western recupera el espíritu borde y transgresor del cine de acción ochentañero, liberado de las correcciones políticas y nutrido de abundantes y jugosos ingredientes narrativos, no originales pero si eficazmente combinados: un botín oculto, dos bandas enfrentadas, una red de tráfico de órganos, un sistema corrompido hasta las cejas, tiroteos, drogas…
Sus máximos responsables, aludidos al inicio de esta crítica, son el debutante Adrian Grunberg, que demuestra sin embargo su oficio como director de la segunda unidad de films como Amores perros (2000), Traffic (2000), Apocalypto (2006) o Wall Street 2: El dinero nunca duerme (2010); y un veterano Mel Gibson asumiendo labores de producción a través de Icon Production, de guión demostrando su sabiduría en esta materia y de interpretación en un trabajo que recupera su mejor faceta.
De entre las virtudes del film, destaca el retrato de un marco criminal convincente y de un protagonista con suficiente entidad, encarnando a la perfección ese (anti)héroe ambiguo moralmente pero de buen corazón que aporta abundantes dosis de comicidad en un papel que le viene a Gibson como anillo al dedo.
No pasará a la posteridad, pero Vacaciones en el infierno desprende descaro y vitalidad en el anquilosado cine de género estadounidense. En definitiva, un soplo de aire fresco. Bienvenido sea.
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