(3) A ROMA CON AMOR, de Woody Allen.

BELLOS PAISAJES Y TÍPICOS PERSONAJES URBANOS
Algunas lenguas afiladas afirman que Woody Allen sólo trabaja en aquellos lugares donde puede hacer negocio —¿o donde puede ejercer más cómodamente su profesión?— y por eso su prestigio fílmico le ha permitido en los últimos años rendir homenaje a ciudades europeas como Londres, Barcelona, París y ahora Roma.
Cierto es que el cineasta conoce mejor la idiosincrasia de sus compatriotas estadounidenses, especialmente los neoyorquinos, pero en la vieja y culta Europa puede también hacer cine con mayor libertad creativa, sin el férreo control de productores, bancos, listas de recaudaciones y reglamentos sindicales. Seguramente por todo ello, A Roma con amor, que a mi parecer no alcanza el nivel de la excelente Midnight in Paris (2011), es una hábil mezcla de personajes y situaciones tópicas atemperadas por grandes dosis de ironía, con diversas ráfagas de talento mediante las que Woody Allen muestra lo mejor de su ingenio y de su cáustica comicidad.
Pero la película no es sólo un reconocimiento de los numerosos encantos de la capital italiana, una seductora mezcla de tradición clásica y de modernidad, de la cultura y el ocio, del arte y de la gastronomía, etc., sino el escenario ideal en el que contrastan las ideas y costumbres de estadounidenses y de italianos, de jóvenes y de adultos, de hombres y de mujeres, de ricos y de gente sin fortuna.
Penélope Cruz y Roberto Benigni encabezan un florido reparto formado por una multitud de actores y actrices noveles asó como algunas maduras estrellas del cine italiano hoy casi olvidadas. Todos ellos, al parecer, deben limitar sus honorarios a 5.000 dólares si quieren trabajar a las órdenes del maestro Allen, incluso un Alec Baldwin cuyo personaje fantasmal, omnipresente aunque invisible, igual puede remitir a sus recuerdos e ilusiones de juventud como a su papel de portavoz de las opiniones y reflexiones del propio realizador en torno a la fama, el dinero, y especialmente, las diversas manifestaciones del amor.
Quizá el film mejorara con un ligero recorte de su metraje —112 minutos—, pero la brillantez de la fotografía, la belleza de los monumentos romanos, el encanto de sus calles y restaurantes, la vena satírica del cineasta —el cantante de ópera amateur encarnado por el conocido tenor Fabio Armiliato—, el idealismo juvenil, la fama regalada caprichosamente por los medios, los vericuetos del sexo o el ridículo brillo de la riqueza hacen de A Roma con amor un divertido e inteligente entretenimiento.
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