(3) THE DEEP BLUE SEA, de Terence Davies.

MUJER ENTRE MARIDO Y AMANTE
De forma tan experta como sensible, el cineasta Terence Davies incorpora algunos elementos autobiográficos —los recuerdos de una infancia poco feliz en la Inglaterra de posguerra— a esta peculiar adaptación fílmica de la obra teatral homónima The Deep Blue Sea (1952) del dramaturgo y guionista británico Terence Rattigan (1911-1977), con la estructura narrativa original alterada y rehecha mediante un largo flashback inicial que asume el punto de vista de Hester, la protagonista hija de clérigo encarnada por una magnífica Rachel Weisz, destacada actriz de cine y teatro que encabezó el reparto de Ágora, de Alejandro Amenábar, cuya voz en off nos remite a unos acontecimientos que actualiza su memoria.
La originalidad e interés del film no residen en el ménage à trois que constituye el núcleo del relato —que sería absolutamente convencional si no se hiciera a través del mismo una aguda exploración de la frecuente irracionalidad de los sentimientos amorosos y si no representara una valiosa muestra de las distintas y a veces contradictorias maneras en que cada uno concibe y lleva a cabo sus vivencias afectivas— sino en la lucidez de la mirada con la que Terence Rattigan se equipara al ruso Antón Chejov a la hora de mostrar magistralmente el dolor humano y la compasión ante la desgracia.
Cinematográficamente, este conflicto entre deber y libertad, entre normas y sentimientos, entre seguridad y pasión, entre erotismo y rutina matrimonial, entre entrega y egoísmo —como en Madame Bovary— trasciende cualquier tentación melodramática y moralizante, pese a los intentos de suicidio, para constituir la crónica de una época (los años 50), de un lugar (Londres) y de unas clases sociales en conflicto soterrado cuando la Gran Bretaña pasaba su peor momento económico y desmoralización colectiva. Para ello el realizador recurre, entre otros medios expresivos, a una fotografía llena de sombras —como si los planos estuvieran rodados sólo con fuentes naturales— y a una banda sonora con emotivos fragmentos de la música postromántica de Samuel Barber (1910-1961) cuyo concierto para violín y orquesta junto a diversas canciones populares, entonadas en tabernas y pubs, evocan con precisión la melancolía, la vulnerabilidad y el íntimo sufrimiento de la casada infiel.
La cámara es testigo neutral que contempla pero no juzga la conducta de los personajes en esta historia adaptada al cine recortando los diálogos escénicos y centrando en los rostros de los actores la principal responsabilidad de exteriorizar sus más hondos pensamientos y ocultos afectos. ¿Y qué decir del modo de retratar el clima social del momento? Unos años no sólo de penuria material, con cartilla de racionamiento, frío, ruinas, etc. sino especialmente de puritanismo en las costumbres y de represión de las pulsiones, sobre todo sexuales, en la interminable prolongación de una era victoriana de la que no se liberaría el país hasta la revolución pop de los años 60 con la música de los Beatles y la minifalda de Mary Quant.
The Deep Blue Sea materializa dramáticamente un profundo dilema existencial y moral, viviendo entre la espada y la pared, y nos hace recordar a los cinéfilos más veteranos otras dos películas similares que fueron emblemáticas hace tiempo: Breve encuentro (David Lean, 1946) y Estación Termini (Vittorio de Sica, 1953).
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