(3) AMOR BAJO EL ESPINO BLANCO, de Zhang Yimou.

SER JOVEN EN TIEMPOS DE MAO
Cuando luchábamos contra el franquismo, a principios de los años 70, no pocos militantes de izquierdas se dejaron seducir —aunque fuera por poco tiempo— por los ecos lejanos de la Revolución Cultural China, fascinados por la pregonada alianza entre intelectuales, obreros y campesinos, hasta que descubrimos que todo se reducía a un mero eslogan que permitía disfrazar con propuestas dogmáticas de progreso lo que no eran sino típicos mecanismos represivos, justificando las purgas entre la población como la necesaria “reeducación” política de aquellos que eran considerados poco adictos al régimen maoísta.
La nueva película de Zhang Yimou, un cineasta perteneciente a la llamada “Quinta Generación” del cine chino, comparte acontecimientos de su propia vida, habiendo sido obligado a trabajar durante 10 años en campos y fábricas antes de poder estudiar en la escuela de cine de Pekín, aunque el verdadero origen del film es la novela de Ai Mi Hawthorn tree forever, un gran éxito de crítica y de ventas.
Zhang Yimou abandona aquí sus recientes servidumbres a la industria del espectáculo, con dagas voladoras, flores doradas y fideos chinos, para regresar al estilo personal de sus mejores títulos, premiado en multitud de festivales y basados en la potenciación del drama, en la mirada intimista y en la precisa descripción de los marcos históricos.
Amor bajo el espino blanco es un melodrama que, no obstante, nunca cae en una tosca sensiblería pese a la elementalidad y escasa originalidad de su trama, pues los inocentes amores juveniles y la pureza de los primeros afectos aparecen aquí enfrentados a la intolerancia familiar e institucional. Pero si el romanticismo suele ser convertido por los realizadores de escaso bagaje artístico en relatos tan convencionales como lacrimógenos, el enorme talento del cineasta chino —actor, fotógrafo, realizador de cine y director escénico de teatro— le permite superar lo meramente sentimental para alcanzar un intenso lirismo —importancia de las miradas y de los paisajes—, creado con una delicadeza y una ternura que se expresan con una pudorosa contención que no anula —sino todo lo contrario— la más profunda emoción del espectador.
El film está dirigido con tal maestría que no sólo evita toda concesión folletinesca —abundancia de letreros explicativos y de fundidos en negro para romper la emoción entre una y otra secuencia— sino que logra evitar con sutiles recursos narrativos los rigores de la censura. En este sentido, este relato sobre el amor y la muerte se convierte en una apasionada apología, bastante subversiva en su contexto, de los sentimientos personales y de la libertad individual frente a las consignas de signo colectivo, conscientes sus autores de que todas las dictaduras se muestran también contrarias a la libertad en el amor, fomentando la ignorancia y las prohibiciones, porque reglamentar con excesiva rigidez los instintos más elementales es una de las formas más efectivas de inculcar sentimientos de culpa y de temor en los ciudadanos, convirtiéndolos en súbditos condenados a una completa sumisión.
Una película sencilla, bella y conmovedora, narrada a la manera clásica, sin rebuscamientos formales, a cuyo logro contribuye en gran medida la pareja de jóvenes protagonistas, unos actores noveles totalmente desconocidos que no hacen sino realzar con su natural espontaneidad la honda dimensión humana de sus personajes.
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