(1) DREDD, de Pete Travis.

POLICÍA, JUEZ Y VERDUGO
Olvidada la fallida (y adulterada) versión de Danny Cannon de 1995, la nueva adaptación cinematográfica del Juez Dredd dirigida por Pete Travis recupera el espíritu y la letra del cómic original del guionista John Wagner y el dibujante español Carlos Ezquerra, una obra empapada de influencias contraculturales de su época –destila filosofía punk por los cuatro costados– al servicio de un insólito canto al heroísmo en una sociedad enferma y decadente.
Dredd, por tanto, recrea con escrupuloso respeto el caótico y claustrofóbico mundo del protagonista, una realidad distópica en el que una humanidad hacinada en gigantescas megaciudades sufre el azote del crimen y la violencia. Sólo así cobra “sentido” la depravada definición de Justicia que defiende el Juez Dredd: una especie de Robocop cuyo único deber es el de hacer cumplir la ley, sin medias tintas, asumiendo funciones de policía, juez y verdugo en un sistema legal totalitario que carece de juicios ni derechos de defensa.
Sin embargo, Dredd no deja de ser una discreta action movie ultraviolenta cuya simpleza argumental es directamente proporcional a la espectacularidad de las abundantes escenas de acción, diseñada para contentar a los fans de las andanzas en papel del frío y letal agente de la ley. Lo que en un principio iba a ser una misión rutinaria, Dredd y su novata compañera se quedan encerrados en un rascacielos con un peligroso clan mafioso liderado por una despiadada asesina. Casi la totalidad del metraje consiste en una lucha por la supervivencia, con ensaladas de tiros y explosiones como condimento principal, sin nada más que rascar.
Puro entretenimiento para espectadores aguerridos. El resto, huid.
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