(3) SÓLO ENTRE NOSOTROS, de Rajko Grlic.

VIVIENDO LA VIDA LOCA
Pese a haber ganado con sus obras tres Palmeras de Oro en la Mostra de Cinema del Mediterrani (q.e.p.d) en los felices años 80 —hay algunos pequeños homenajes a Valencia en el film que nos ocupa—, la obra del veterano director croata Rajko Grlic (Zagrev, 1947) apenas es conocida entre nosotros. Nos llega ahora una coproducción financiada por Croacia, Serbia y Eslovenia, galardonada con gran cantidad de premios en festivales internacionales y protagonizada, entre otros, por el destacado actor Miki Manojlovic.
Narrado con gran solidez formal —se aprecia en Grlic una amplia formación profesional como realizador de cortometrajes y series de TV, actor teatral, estudiante de filosofía, aprendiz de cine en Praga, guionista y productor—, Sólo entre nosotros (2010) retrata la vida cotidiana de la burguesía croata rehuyendo todo esquematismo, ya sea moralizante o romántico, y adoptando como eje narrativo el disfrute de los placeres de la existencia en una historia de secretos y mentiras, con personajes que llevan una doble vida descritos con agudeza mediante una sucesión de secuencias encabezadas por rótulos con el nombre de cada uno de ellos.
Sorprende la película por la lucidez de su mirada: una mezcla de caos emocional y hedonismo, de contradicciones e inmoralidad en el seno de unas relaciones interpersonales mostradas con asombrosa objetividad. Sentimientos y sexo son contemplados con una sinceridad y crudeza que raramente vemos en la pantalla, reflejando con ello la complejidad del ser humano, capaz de amar y de odiar al mismo tiempo. El film es, pues, bastante más que un relato costumbrista —véase la paradoja de la Navidad y sus tradicionales ritos en ese pequeño estado de sólo 4’5 millones de habitantes, mayoritariamente católicos— y responde seguramente a la obsesión de Rajko Grlic por la libertad individual —se dice que tuvo un papel activo de la Primavera de Praga del 68 frente a los invasores soviéticos— y su interés por desterrar cualquier clase de convencionalismo y dogmatismo, porque sabe que la realidad es polifacética y desborda los esquemas analíticos apriorísticos.
Sólo entre nosotros comparte el estilo de los dos lejanos filmes que aquí conocemos: aborda un asunto dramático con un escepticismo atemperado por un tono de comedia, un recurso expresivo condicionado tanto por la taquilla como por las necesidades psicológicas de supervivencia —tanto de los personajes como de los espectadores— en un mundo generador de toda suerte de insatisfacciones. Nótese la ironía del desenlace en un cementerio donde las parejas bromean sobre la infidelidad matrimonial aludiendo a las tumbas cercanas de unos antiguos amantes cuyos huesos dejarían en ridículo cualquier reflexión trascendente sobre familia, erotismo o virtud.
Destaca también su cuidada banda sonora con música de variados estilos, entre ellos una conocida pieza de piano del ahora omnipresente Erik Satie (1866-1925), un compositor francés minimalista y de vanguardia que a punto estuvo de morir de hambre.
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