(3) QUIERO SER ITALIANO, de Olivier Baroux.

OCULTAR LOS ORÍGENES, PERDER LA IDENTIDAD
Pese a la escasa originalidad argumental de esta comedia francesa, confieso que me ha interesado su ingeniosa combinación de humor y de momentos dramáticos, así como su lograda cohesión entre ideas y sentimientos. En este tercer largometraje del desconocido Olivier Baroux, la sucesión de enredos en torno a la impostura, a la ocultación de la verdad —el engaño se produce cara a los demás personajes pues el espectador no tarda en conocer la auténtica personalidad de Dino Fabrizzi—, se articula como un relato amable y comercial, aunque ello no obstaculice la defensa de una tesis progresista como es la necesidad de ser sincero y valiente a la hora de confesar la propia identidad, ya sea étnica, nacional o religiosa.
Quiero ser italiano desarrolla las diversas situaciones sorteando con destreza los tópicos para construir, en mi opinión, una historia humana en torno al dilema moral y vital de Mourad Ben Saoud, un argelino afincado en Francia que se dedica a la venta de coches de lujo en Niza y que se hizo pasar por italiano para conseguir el trabajo y prosperar después en el mismo. El guión baraja con eficacia los diversos embrollos que originan las delicadas situaciones que mantiene el protagonista con su propia familia musulmana, con sus jefes y compañeros de la empresa donde trabaja y con su novia Helène.
La práctica clandestina del Ramadán, la inmigración ilegal y la posibilidad de un matrimonio mixto —católica y musulmana— son elementos que vienen a complicar y a amenizar un relato que, más allá del pasatiempo y la diversión, se permite lanzar un mensaje contra la intolerancia rechazando la simulación, criticando el racismo y burlándose de los prejuicios religiosos.
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