(0) LOS MERCENARIOS 2, de Simon West.

REVIVAL NOSTÁLGICO DE LA VIEJA ESCUELA
No hay nada peor que el olvido para una estrella en decadencia. Eso debió pensar Sylvester Stallone cuando, sufriendo una jubilación forzosa desplazado por una hornada de nuevos rostros en la industria de Hollywood, decidió abrir el baúl de los recuerdos resucitando los dos personajes más famosos de su filmografía —Rocky Balboa y John Rambo— en un efímero renacimiento profesional. Insatisfecho por el resultado, se le ocurrió una gran idea: reivindicar lo añejo aprovechando el poderoso reclamo de la nostalgia, reclamando la vieja escuela como origen y causa de todo lo posterior. Así nació Los mercenarios (2010), un film carente de pretensiones más que el simple entretenimiento cuya singularidad fue que reunió a una pléyade de viejas glorias del cine de acción en homenaje a un género que vivió sus años de esplendor en los años 80 y 90. Su inesperado éxito hacía prever una secuela, que necesariamente debía ser más espectacular que su predecesora.
Los mercenarios 2 refuerza su estatus de revival del cine de acción ochentero, dando forma a un viaje nostálgico a la edad de oro que excluye los saltos evolutivos más recientes del género. Por ello retoma el discurso ultraconservador, en la línea de la época Reagan, que apela a la venganza más salvaje frente a una Justicia débil e incapaz de hacer cumplir la ley, así como castigar a los delincuentes. Epopeya ultraviolenta para regocijo del fanático seguidor, el film se reduce al enfrentamiento a muerte entre un grupo de mercenarios —recordemos, profesionales freelance de la guerra que se venden al mejor postor— y un grupo de terroristas, siendo intrínsecamente buenos los primeros y, claro está, malos los segundos. Todos ellos descritos a brochazos sin capacidad de matización alguna. Evidentemente, este escueto argumento se sustenta en una interminable sucesión de escenas de acción plagadas de tiros, explosiones y luchas cuerpo a cuerpo que compiten por alcanzar el mayor grado de brutalidad y chorros de sangre. Curiosamente, los miembros de este geriátrico de héroes combaten con energía adolescente, venciendo a un fornido bando de villanos armados hasta los dientes. No aparecen aquí las dosis de patriotismo típicas del cine USA, pero la apología al militarismo es más que evidente: los personajes, que destilan testosterona por doquier, manejan con soltura las armas más variadas y potentes en una especie de concurso para ver quién mata a más gente sin despeinarse.
Afortunadamente, los responsables de Los mercenarios 2 son conscientes de lo que se espera de la película, de quiénes participan en ella y a qué público va dirigida, por lo que el cachondeo y la parodia (auto)referencial son constantes. Es, sin duda, lo mejor de esta olvidable cinta, su humilde concepción de mero entretenimiento que sabe no tomarse en serio a sí mismo. Son numerosas las alusiones a títulos emblemáticos, como La jungla de cristal o Terminator y sus sagas, en chistes autoparódicos que intercambian Arnold Schwarzenneger y Bruce Willis en diálogos desternillantes para el conocedor de tal especializado género. El desfile de modelos se completa con un Jean-Claude Van Damme y un Chuck Norris que no ocultan su satisfacción de volver a la palestra, si bien en condición de muertos vivientes. En una de las escenas finales, los grandes intérpretes de antaño, hoy viejos carcamales, bromean sobre lo lejanos que quedan sus “buenos tiempos”. Es esa clara conciencia de pertenecer al pasado, de aceptar la inevitable decadencia, la que me provocó involuntariamente un sincero arranque de ternura, algo que seguro no han querido causar en los espectadores los machotes protagonistas del film. Qué pena.
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