(4) ELENA, de Andrei Zvyagintsev.

RUSIA: DE LENIN A PUTIN EN 20 AÑOS
Ante esta aparentemente sencilla obra maestra que, en mi opinión, es Elena —Premio Especial del Jurado en Cannes 2011—, del siberiano Andrei Zvyagintsev, uno sólo puede dejar de sorprenderse si recuerda el magistral film con el que debutó este cineasta: El regreso (2003), premiado con el León de Oro en el Festival de Venecia.
Con la familia y el dinero como pilares básicos del relato, Elena trasciende su condición de drama urbano para convertirse en compleja metáfora social sobre la Rusia actual, un país sumido en un turbio clima político y económico que ha pasado de la teórica fraternidad y el progreso como ideales de los tiempos fundacionales de la URSS a un capitalismo exhibicionista y deshumanizado edificado sobre la pobreza —con un consumismo que unos pocos practican y la mayoría envidia— en el que la necesidad de supervivencia sirve de excusa para obviar cualquier escrúpulo ético y donde el egoísmo individualista ha enterrado toda posibilidad de un humanismo solidario.
Aquí la familia y sus diversos miembros son la representación de una nueva sociedad dividida en clases: desde el viudo rico y su nueva esposa a los atribulados componentes del antiguo hogar de Elena, sin olvidar a los anónimos ciudadanos que acampan en el parque. El piso lujoso, el modesto apartamento y la fogata en el bosque como espacios simbólicos que definen el status de cada cual. Un espíritu desolado, triste, sin atisbo de esperanza, lo invade todo. Una visión desencantada, que ya presentía la citada El regreso, con su mirada pesimista sobre las generaciones futuras, aquí hijos e hijas sin trabajo, enganchados a la bebida y a las drogas, con esos brotes de fascismo encarnado en esos pandilleros agrediendo con nocturnidad y alevosía a los marginados.
La música de Philip Glass y de J. S. Bach, entre otros, ilustran con tanta discreción como efectividad esta admirable muestra de cine moderno cuyo lenguaje —inspirado por Dreyer y Bresson, por Antonioni y Tarkovski— se apoya en encuadres y largos planos tan simples y naturales como rigurosos y sugerentes, sin recurrir a explicación alguna —quizá como precaución ante la censura y como voluntaria elección de estilo al mismo tiempo—, dejando al espectador la exclusiva responsabilidad de hacer una reflexiva lectura de imágenes, personajes y diálogos para sacar sus propias conclusiones.
Elena es un film sin buenos y malos de una pieza: la abnegada y bondadosa protagonista acabará delinquiendo —¡la gran literatura rusa!— para hacer posible el bienestar de su familia e intentará ahogar sus remordimientos acudiendo a la iglesia a colocar un cirio expiatorio ante el icono de la Virgen. Un espectador, al final, sólo comentó que el film era un poco lento. ¡Claro! ¡Como el Adagio de la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler!
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.