(3) ELEFANTE BLANCO, de Pablo Trapero.

CURAS COMPROMETIDOS
Los curas obreros en la Europa de los años 50, los seguidores de la llamada Teología de la Liberación frente a las oligarquías latinoamericanas en los años 60 y los sacerdotes residentes en los inmensos suburbios de las grandes ciudades son manifestaciones de coherencia personal ante un mensaje evangélico que propugna la fraternal solidaridad con los más pobres, lejos de los fastos y el conservadurismo moral y dogmático de la mayoría de jerarquías eclesiásticas católicas.
En la película del argentino Pablo Trapero, productor y realizador de algunos filmes premiados en Cannes y en Venecia, varios sacerdotes guiados por el padre Julián (Ricardo Darín) y una asistencia social (Martina Gusman) intentan remediar las múltiples necesidades de los habitantes de la populosa Villa Oculta, en el extrarradio de Buenos Aires. Los primeros, movidos por su fe religiosa, difunden la doctrina cristiana y administran los sacramentos pero sobre todo ejercen una labor social con la que intentan suplir la inoperancia de la Administración. La muchacha sigue sus ideales de izquierda para intentar remediar las graves carencias de los marginados. Entre todos realizan labores educativas, gestionan talleres y comedores, construyen modestas viviendas sociales, etc.
Elefante blanco, título que también tiene una dimensión simbólica, es como denominan allí a un gran edificio que destaca en el barrio de chabolas, que iba a ser un hospital público hasta que fallaron los recursos económicos seguramente como consecuencia de la corrupción política, y que ahora es sólo una enorme e inútil estructura de cemento. El film, con un guión bien documentado, nos va suministrando información sobre los problemas del barrio y sobre cómo afectan éstos a los protagonistas: sangrientas luchas entre bandas de narcotraficantes, fuerte represión policial y reticencias de un obispado que prefiere una tarea estrictamente pastoral a un compromiso social que es considerado peyorativamente como “político”. Si a ello añadimos el forzoso celibato del clero, las crisis de fe, el desánimo ante la imposibilidad real de eliminar la injusticia, la violencia y la miseria, así como las dudas angustiosas sobre abandonar el sacerdocio, tendremos un amplio panorama, tanto personal como colectivo, que la película despliega ante la mirada del espectador.
Rodada en escenarios reales con la entusiasta colaboración de sus pobladores, Elefante blanco destaca por su valor testimonial —nos evoca la actuación durante el Franquismo del padre Llanos en la barriada chabolista del Pozo del Tío Raimundo, cerca de Madrid— en torno a los excluidos por el sistema, sea por despido, desempleo o taras personales, convertida Villa Oculta en lugar de tránsito para los emigrantes o en refugio definitivo para los perdedores sin futuro ni esperanza.
A la película se le puede reprochar quizá cierta tosquedad narrativa, en lo tocante a su construcción dramática, por subordinar la estética a un realismo directo que golpea duramente y sin concesiones al público, aparte de finalizar el relato de forma repentina y algo forzada con el fin de reforzar su mensaje apologético sobre el sacrificio altruista de los voluntariosos trabajadores sociales, un homenaje explícito al padre Carlos Múgica, asesinado en 1974 en aquellos mismos parajes.
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