ENTREVISTA A LLORENÇ SOLER, CINEASTA

“DOY VOZ A LOS QUE NO LA TIENEN”
La Filmoteca del IVAC presentó recientemente un ciclo dedicado al veterano cineasta valenciano Llorenç Soler, considerado uno de los autores más independientes, inconformistas y experimentales del cine español, consagrado al género documental desde los años 60. Su gran aportación ha sido, es y será visualizar con su cámara la compleja realidad social de la España de las últimas décadas, centrando su atención en los problemas de exclusión social de las minorías marginadas. Películas como 52 domingos (1966), Gitanos sin romancero (1976), Cada tarde a las cinco (1989), Ciudadanos bajo sospecha (1993) y El viaje inverso (2005) son ejemplos de ello. Amparado por su amplia experiencia, ha publicado diversos libros sobre la praxis del citado género y ha ejercido la docencia en torno a la realización de documentales. También ha dirigido largometrajes de ficción, como Saïd (1999) y Lola vende cá (2000). En los últimos años ha diversificado su trabajo al campo de la poesía, la pintura y el cómic.
¿Existe eso que llamamos “cine independiente”? ¿Es una etiqueta o algo más?
Ser independiente supone, desde mi punto de vista, gozar de libertad absoluta. No estar constreñido a ninguna circunstancia, especialmente de carácter económico o político, que pueda influir en el resultado final de la creación artística. Para mí, ser independiente es poder crear una obra audiovisual sin contar con “interferencias interesadas” que pueda orientar el mensaje final, tanto en su forma como en su contenido. Se ha implantado esa “etiqueta” al cine comercial para designar aquellas producciones que, por su escaso presupuesto o por su temática minoritaria, no merecen ser controladas por las majors, por lo que el director goza de más libertad, aunque no es, para nada, totalmente responsable de su obra.
Como artista “rebelde”, ¿a qué se enfrenta?
En general, a aquello que no me gusta. La realidad, y en estos tiempos que corren se evidencia más todavía, está llena de imperfecciones, y mi rebeldía me empuja a intentar cambiar el mundo para mejorarlo. Mi rebeldía es una actitud vital rebosante de escepticismo y de inconformismo que me guía como autor. El día que deje de ser contestatario, me habré agotado como artista.
¿Qué busca cuando experimenta con el lenguaje cinematográfico? ¿Tiene límites la experimentación?
Busco sencillamente la verdad. Como creador, pretendo comunicar sentimientos o ideas jugando con las herramientas que dispongo: el sonido, la palabra, la imagen… La experimentación implica transitar por cauces expresivos ajenos a los parámetros industriales o comerciales, asimilados a los gustos mayoritarios con el fin de rentabilizar la obra en términos económicos. Como artista, no busco la taquilla, sino expresarme a través del arte para difundir mi mensaje. Las limitaciones que tiene la experimentación son la imaginación y la ética.
¿Y cuál es ese mensaje?
Mi obra es muy abundante, pero todo lo que he creado posee un hilo conductor: una mirada inquieta, comprensiva y progresista de la humanidad. Una fe ciega en la justicia y en la solidaridad humana.
¿Qué es para usted el concepto “autor” aplicado al cine?
Concibo la autoría como un acto de creación. El autor es el individuo que, apoyándose en su formación y en su conocimiento, es capaz de concebir una idea, un discurso, un objeto o una obra de arte exclusiva y particular. En el ámbito cinematográfico, el autor es el que ejerce fuera del control de la industria o de la administración. Actúa, por tanto, con total independencia y libertad. Ello le condena, en la mayoría de las ocasiones, a no disponer de abultados presupuestos, a no poder distribuir el film en los circuitos habituales y a no estrenar en salas comerciales. El cine de autor suele moverse en canales alternativos, como cineclubs, festivales, instituciones públicas o privadas o espacios educativos y culturales.
¿Cuál es su máxima aspiración?
Vivo en un ejercicio permanente de adaptación a múltiples actividades, todas ellas relacionadas con la imagen, con la luz y con el color. Pero también con la vivencia cotidiana del hombre, con sus esperanzas, con sus desencantos, con sus luchas y sus ilusiones. Me considero un inventor de belleza, aspirando a abrir nuevos caminos al pensamiento que se enfrenten al orden establecido, para inspirar a los inconformistas y los que luchan por su libertad.
¿Hasta qué punto el contexto represivo moldeó entonces el arte de Llorenç Soler?
No aceptar los trámites de la censura me acabó situando en la clandestinidad. No pude entrar, por tanto, en los circuitos “legales” al no obtener los permisos pertinentes, pero esta exclusión me permitió realizar un cine rabiosamente emancipado de intrusiones externas, liberado de las ataduras ideológicas de la época. Decir lo que quería y como quería, el nirvana de todo artista que se precie.
¿Cómo acaba decantándose por el género documental para transmitir sus ideas? ¿Qué piensa de la ficción como expresión artística?
Para representar la verdad existen dos formas de acercarse a ella. Desde el género documental y desde la ficción. Considero el primero como un espejismo construido sobre un paisaje de fragmentos de voces y de conductas entrecortadas. Así, incluso el documental es una ficción construida con elementos extraídos de la realidad, que acaban por influir y determinar en la mirada del realizador. Es una elección de planos y secuencias montados en un orden determinado, y como tal, un proceso subjetivo. Algo arbitrario como la ficción. La ficción, por su parte, es la chispa de la verdad a través de la artificiosidad de una puesta en escena.
¿Y dónde se encuentra la frontera entre realidad y ficción?
De existir tal concepto, es seguro que se trata de una divisoria etérea, difusa, maleable y porosa. La idea de los vasos comunicantes ha generado exóticas fusiones como el falso documental o el documental-ficción. He intentado situar ambos registros en el mismo campo, el de las películas. Y desde estas ambas se trabaja en el subjetivismo de construir verdades, a veces con el humo de la ficción, a veces con el ladrillo de la realidad. Pero subjetividades al fin y al cabo.
Pronto asume un discurso profundamente social que caracterizará su obra. ¿Qué relevancia le otorga a su aportación artística?
La denuncia social y política me despierta conforme la rabia se va convirtiendo en ira. Desde mi primera película sobre los toreros del extrarradio barcelonés 52 domingos (1966) hasta uno de mis últimos trabajos Los náufragos de la casa quebrada (2011) he cultivado una honda preocupación por los colectivos en situación de marginalidad. Mis temas más recurrentes son el retrato de los sueños frustrados, la exclusión social de algunos colectivos y la injusticia que se ceba en los más débiles. Doy voz a los que no la tienen.
En ocasiones ha afirmado que trabaja desde el corazón y luego coge la cámara. Explique el concepto.
Mi idea es que el documentalista debe tener muy claro, antes de dar cualquier otro paso, qué quiere decir. Debe haber una reflexión previa. Una vez se sabe el mensaje que se quiere transmitir se coge la cámara, de tal manera que la técnica se subyugará al proceso de creación. Al revés sería caer en un preciosismo estético vacío de contenido que no me interesa en absoluto.
¿Cómo utiliza Llorenç Soler la técnica? ¿Qué piensa de ella? ¿Nos libera o nos limita?
Depende del uso que se haga de ella, pero creo que el arte puede y debe usar la tecnología como medio de expresión. Por ejemplo, soy un entusiasta defensor de la cámara digital doméstica, de los formatos pequeños, pues me proporcionan una mayor libertad para recrearme en la escritura audiovisual y explorar en el lenguaje visual frente a las palabras.
Durante el tardo-franquismo, el cine se erigió como un arma o un medio de protesta y subversión. ¿Ahora, en este trágico contexto que nos envuelve, puede cumplir esa misma función?
Sin duda. En aquella época, hacer documentales de denuncia social, además de ser arriesgado, representaba la necesidad de expresarse ideológicamente en un campo de batalla abiertamente hostil. Actualmente vivimos una época convulsa en la que se está poniendo en peligro los derechos adquiridos con mucho esfuerzo. El cine puede ser utilizado como acicate para despertar conciencias y aunar voluntades frente a los que pretenden desmantelar el Estado de Derecho.
¿Busca conscientemente incomodar, hacer daño al espectador? Si es así, ¿con qué fin?
Mi rebeldía me impulsa a escoger temas que son incómodos para un público no acostumbrado. Algunos afirman que impregno a mis documentales de una estética del dolor que molesta y disgusta al espectador. Pero para que la realidad se haga evidente y la gente tome conciencia de ella primero he de convertir la imagen en un significante del dolor ajeno. Además, la realidad es como es, y debo ser honesto con el público.
Pau Vanaclocha
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