(2) ELLAS, de Malgoska Szumowska.

PROSTITUTAS UNIVERSITARIAS
Este cuarto largometraje de la realizadora polaca Malgoska Szumowska (Cracovia, 1973) es un film que ha sido catalogado como esencialmente femenino no sólo por la presencia adicional de una coguionista y de una productora —consideradas feministas por sus ideas y no por su militancia concreta— sino porque es un relato con vocación de constituirse en documento social hecho por, para y sobre las mujeres. Tanto el contenido como la mirada que sustenta esta coproducción entre Alemania, Francia y Polonia tienen como protagonistas a personas de sexo femenino y además en la redacción del guión no sólo hubo documentación previa sino que las actrices aportaban cada día nuevas ideas que lo iban modificando.
Protagoniza Ellas la actriz Juliette Binoche, como periodista parisina de investigación que prepara un artículo para la revista Elle sobre las universitarias que venden su cuerpo para pagar sus estudios, manutención y residencia, aunque el alcance real del film sea bastante más amplio. La estructura del relato se apoya en el montaje de “fragmentos de realidad”, a mi juicio con resultados discutibles tanto por su excesiva dispersión narrativa como por cierto descuido técnico en el rodaje de los planos. A su favor está la nula intención moralizante aunque sus puntos de vista podrán tildarse de “políticamente incorrectos”, además de sesgados.
Lejos de considerar la prostitución como una explotación delictiva —ver Evelyn (2011), de Isabel de Ocampo—, este film la contempla como un trabajo afín a los demás, una profesión libremente ejercida que proporciona dinero, una vida lujosa y, a veces, placer. Por el contrario, el contexto familiar de la protagonista se muestra como un reducto dominado por la rutina, el aburrimiento, las labores hogareñas y los conflictos con los hijos.
No sería descartable, por tanto, considerar Ellas como un film de limitado valor sociológico por la superficialidad de sus conclusiones, sus lagunas informativas y sus insuficiencias analíticas tras subrayar el contraste entre las felices jóvenes liberadas y la triste mujer casada atrapada por sus obligaciones familiares y sus servidumbres conyugales. No es casual que sean finalmente las primeras las que cambian de mentalidad y, en parte, la conducta de las segunda —escena de la masturbación—. El deseo y su materialización serán, en definitiva, los elementos que todo lo explican y justifican, incluso poniendo en cuestión lo que se considera una existencia “normal”.
Se constata aquí la idea de que los cuerpos femeninos son objetos convertidos voluntariamente en una mercancía sexual, una más en ese gran mercado que es la sociedad contemporánea, donde todo está en venta. El valor, concretado en la tarifa que cobran por sexo, dependerá de la calidad del producto: belleza, juventud, simpatía, habilidades, etc. de quienes aspiran a la independencia y al alto nivel de vida que les facilita de forma anónima un simple anuncio por Internet.
Contemplada también como un testimonio sobre la soledad e indefensión de las mujeres en el mundo actual, la película aborda las escenas eróticas con una cámara que no muestra de forma explícita sus intimidades, como hace el porno, pero que no se muestra puritana a la hora de representar o de insinuar ciertas prácticas sexuales, complaciendo a un espectador convertido en un auténtico voyeur. Los hombres, clientes en su mayor parte casados, no sólo buscan el placer con jovencitas sino también la compañía y la conversación, así como ciertas prácticas inusuales en la relación conyugal y, muchas veces, un simulacro de sentimiento amoroso. En el aire la película deja multitud de preguntas: ¿es la prostitución un negocio que siempre comporta cierto grado de esclavitud sexual? ¿Es una justificable vía de ascensión social? ¿Puede ser una variada fuente de satisfacción erótica? ¿Representa la afirmación del dominio de la mujer sobre su propio cuerpo? Las respuestas debe darlas cada espectador.
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