(1) LOS JUEGOS DEL HAMBRE, de Gary Ross.

FÁBULA DISTÓPICA ADOLESCENTE
Adaptación fílmica de la primera novela de la saga creada por la escritora estadounidense Suzanne Collins, Los Juegos del Hambre responde a la conocida fórmula de recurrir a famosas franquicias literarias destinadas al público juvenil para aplacar la sed insaciable de historias de un Hollywood escaso de ideas originales. Los gerifaltes de la industria cinematográfica norteamericana explotan, una vez más, el fenómeno fan adolescente, reportándoles pingües beneficios. Ellos ganan, y todos contentos, porque los fieles lectores de la obra original reciben cualquier traslación a la gran pantalla de sus personajes favoritos como un acontecimiento intrínsecamente bueno, sin ninguna exigencia artística previa.
A pesar de su ya demostrado éxito comercial y de las críticas favorables cosechadas, considero Los Juegos del Hambre una discreta película que peca de una gran inconsistencia narrativa y de una pobreza argumental surgida, sin embargo, de una amalgama de referencias escogidas de forma ecléctica e impersonal. Versión mojigata de la delirante y gore Battle Royale (2000), el film recoge el enfoque mediático de Rollerball (1975) y de El show de Truman (1998), asimila las ínfulas revolucionarias de Matrix (1999) y se apropia de la reivindicación de la dignidad humana y el ansia de libertad de La Isla (2005), además de aludir a ese futuro imperfecto que reproduce la literatura de postguerra vigesimonónica: Ray Bradbury (Fahrenheit 451, 1953), George Orwell (1984, 1949), Aldous Huxley (Un mundo feliz, 1932), etc.
La idea de la que parte es sugerente y podría haber dado más de sí. Contextualizada en una realidad distópica en la que Estados Unidos es un régimen totalitario gobernado por un Capitolio que exige el sacrificio de un grupo de jóvenes cada año en un juego mortal televisado, la historia narra las vicisitudes de Katniss Everdeen, una joven de 16 años que se presenta voluntaria para participar en los juegos en lugar de su hermana pequeña.
Lo que podría haber sido una denuncia de las tentaciones liberticidas actuales amparadas por la gravísima crisis económica que padecemos, una advertencia de la progresiva polaridad social entre una minoría rica que explota a una mayoría pobre y sin derechos, y una crítica de la telebasura como una eficaz herramienta de control social, se queda en un relato simplista y pusilánime sin dobles lecturas ni intención reflexiva. Sin llegar nunca a cuestionar el sistema ni reflejar su naturaleza criminal, sus escenas de acción están muy mal resueltas, con una cámara al hombro que marea al personal, quizá con la intención de evitar mostrar más violencia de la necesaria, atendiendo a su relajada clasificación moral, sin duda para llegar a un mayor público que incluya a toda la familia. Ni siquiera el buen hacer de la actriz protagonista, Jennifer Lawrence, la que nos sorprendió por su talento mostrado en la interesante Winter’s bone (2010), compensa el resto de interpretaciones, si bien no podían hacer gran cosa ante unos personajes tan planos e insustanciales.
Resumiendo, Los Juegos del Hambre cumple con su cometido: un entretenimiento efímero y excesivamente largo, pero que encandila al público mayoritario al que va dirigido, previo pago en taquilla. Todos contentos.
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