(3) TENEMOS QUE HABLAR DE KEVIN, de Lynne Ramsay.

CRIAR A UN MONSTRUO
El tercer film de la directora escocesa Lynne Ramsay, responsable de las inéditas Ratcatcher (1999) y Morvern Callar (2002), consigue remover bruscamente la conciencia del espectador sacando a la luz los aspectos más perturbadores de la realidad cotidiana. En este caso, la maternidad como un doloroso castigo plagado de remordimiento, a años luz de la visión idílica que la muestra como un acto puro de ternura y amor, y la infancia como caldo de cultivo de trastornos psicológicos de consecuencias tan impredecibles como violentas,en las antípodas de la visión ingenua y edulcorada que existe de tan compleja etapa de la vida humana.
Basada en la novela homónima de la escritora estadounidense Lionel Shriver, Tenemos que hablar de Kevin es un desgarrador relato que narra el infierno personal de una mujer que, tras abandonar su vida profesional, se dedica a criar su primer hijo. Sin apenas vínculos afectivos entre ambos, su relación se va deteriorando mientras ella vive sumida en la culpa, no sólo por la ausencia de instinto maternal, sino por el destino final de su hijo. Así, en una implacable crítica a la institución familiar, el film se muestra como una inteligente radiografía de las relaciones materno-filiales fracasadas y sus terribles consecuencias, especialmente la falta de empatía, la crueldad vertida al otro en forma de tortura psicológica y la culpabilidad por no haber podido evitar la tragedia.
Abandonando progresivamente el tono costumbrista del melodrama para introducirse sutilmente en los mecanismos del thriller psicológico, Tenemos que hablar de Kevin reflexiona sobre la naturaleza de la maldad (¿se nace malvado o se hace uno malvado?), negando una explicación de orden racional, si bien sugiere como origen del comportamiento violento del hijo la ausencia de cariño por parte de la madre y el autoengaño del padre que se niega a reconocer el monstruo que tiene en casa. Sin embargo, el film no criminaliza a los padres de la matanza que ocasiona el hijo, pues en ellos siempre se manifiesta el esfuerzo en ser buenos padres.
Este viaje introspectivo de una madre que busca las razones de la maldad de su hijo mientras sufre su particular penitencia está narrado de forma fragmentada, con abundantes flashbacks, creando una tensión creciente hasta el inevitable clímax. Puede que el peculiar ejercicio de estilo de la realizadora, un rompecabezas cuyas piezas se presentan en desorden pero van tomando forma, enmarañe la narración de una forma un tanto innecesaria, pero Lynne Ramsay revela su talento en el manejo de una serie de recursos, estilísticos y narrativos, para crear una atmósfera asfixiante. Además, el aspecto estético está bastante cuidado, destacando una magnífica fotografía que usa con soltura la capacidad del color para expresar sensaciones, sentimientos y estados de ánimo. También la banda sonora de Jonny Greenwood, miembro de Radiohead, merece ser mencionada.
Pero si por algo destaca Tenemos que hablar de Kevin es por la extraordinaria labor interpretativa de Tilda Swinton, la sufrida madre carcomida por el arrepentimiento, acompañada de un magnético Ezra Miller en la piel de joven psicópata y de un estupendo John C. Reilly al que, por desgracia, le toca dar vida a un personaje pobremente retratado como padre que no es consciente del problema que surge en el seno familiar hasta que es demasiado tarde.
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