(2) CHRONICLE, de Josh Trank.

ADOLESCENTES BORRACHOS DE PODER
Alejado del paradigma superheroico que encarnan con autoridad las adaptaciones cinematográficas de los universos Marvel y DC, donde héroes y villanos interactúan disfrazados con mallas de vivos colores y posan como modelos en un exótico desfile, Chronicle es un necesario paso adelante que el lector de cómics o el aficionado a este desdeñado subgénero esperaba con insistencia: una visión un poco más realista y compleja del Übermensch de Nietzsche que dejara finalmente atrás la inocencia y el maniqueísmo. Una reflexión más madura, trascendente y para nada ingenua, de las consecuencias del poder absoluto cuando cae en manos de simples mortales, en este caso adolescentes en plena efervescencia hormonal. Renuncia a la parodia, que tan buenos resultados dio en Kick-Ass (2010), para tomarse en serio su objeto de estudio.
Y lo hace asumiendo una estética y una narrativa propia de estos tiempos asociados a las redes sociales (Facebook, Twitter), Internet y la telefonía móvil (y sus abundantes aplicaciones). Adoptando ese híbrido llamado mockumentary o falso documental que recrea como una grabación auténtica lo que es en realidad una obra de ficción, el film narra la experiencia de tres amigos de Portland (Estados Unidos) que adquieren poderes sobrehumanos y, lo que en principio es fuente de diversión, poco a poco se convierte en una pesadilla al perder uno de ellos el control. Adentrándose en territorios filosóficos que apenas desentonan con la historia, la lección vital del malogrado tío Ben, familiar ausente de Peter Parker -alias Spiderman-, se materializa con clarividencia: un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Chronicle es una crítica no al poder en sí, sino a su perversa utilización y a la locura que genera el abuso de éste sin límites éticos o morales. Una digna crónica del germen del heroísmo y la villanía bajo criterios de exclusión/integración social.
Pero lo que convierte este film en una rigurosa actualización de la caída del hombre por creerse Dios es la construcción de unos personajes dotados de cierta tridimensionalidad, rodeados de un contexto realista en la que afloran las inquietudes, deseos y frustraciones de unos protagonistas comunes y corrientes, fácilmente identificables, representativos de la actual generación que oscila entre los 15 y los 19 años. La obsesión por grabarse en vídeo, en una especie de documental de instituto, no es sino una manifestación de su necesidad de llamar la atención y destacar entre la multitud, en esta época de relativismo moral, fama efímera y crisis económica.
Sin ser pionero en la materia, claramente influido por dignas predecesoras, Chronicle tiene el mérito de trasladar al hiperrealismo cotidiano de la cámara doméstica el clásico relato de superhéroes, como El proyecto de la bruja de Blair (1999) hizo con el género de terror sobrenatural o Monstruoso (2008) con las monster movies. Pero esta vez sorprende la combinación de estética casera, más concordante con una cinta de escaso presupuesto, con la apabullante artillería visual de una superproducción hollywoodiense que bien podría estar firmada por el mismo Michael Bay. No perdamos de vista a sus responsables: el joven director debutante Josh Trank y el guionista Max Landis, hijo del veterano John Landis.
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