(2) SHAME, de Steve McQueen.

ADICCIÓN AL SEXO
Segundo largometraje y primero que nos llega del británico Steve McQueen —no confundir con el famoso actor estadounidense fallecido en 1980—, rodado en Nueva York, Shame es un film premiado y alabado en numerosos festivales aunque yo lo acojo con algunas reservas. Este relato de la vida de Brandon, un joven ejecutivo adicto al sexo —prostitutas, películas porno, líneas calientes, abundantes ligues para la obtención rápida de placer, probable relación incestuosa en el pasado con su hermana Sissy— se diferencia de Tres en que en éste hay un análisis frío de las relaciones eróticas mientras que Shame —traducible por «vergüenza», «pena» o «lástima»— hace cómplice al espectador de la fuerte sensualidad de sus imágenes o escenas.
La película tiene sus atractivos: desde la aplicada labor de Steve McQueen —un artista multidisciplinar que se ha dedicado al cine, al vídeo, a la escultura y a la fotografía— hasta la presencia protagonista de esa estrella masculina emergente que es Michael Fassbender o desde el retrato de cierto sector privilegiado del mundo occidental hasta el modo semidocumental de reflejar ese realismo cotidiano que hunde sus raíces en la llamada Escuela de Nueva York de los años 60, formada por un grup de cineastas independientes que se opusieron con sus modestos productos al falso glamour de la industria de Hollywood: J. Cassavetes, los hermanos Mekas, S. Clarke, L. Rogosin, S. Meyers, etc.
No menos interesante es la intensa indagación que se realiza sobre el amplio pero ambiguo territorio moral que va desde la vieja y superada represión de los instintos a una libertad absoluta, muy moderna pero conducente con frecuencia al aburrimiento y la autodestrucción.
Tenemos antecedentes ilustres: si en literatura son fundamentales Henry Miller y Charles Bukowski, en el campo cinematográfico hay que citar El último tango en París (B. Bertolucci, 1969) o Buscando al señor Goodbar (R. Brooks, 1977), todos ellos explorando nuevos territorios de libertad pero contaminados en cuerto modo por ese pesimismo existencial que angustia al hombre contemporáneo. Shame aborda con brillantez, aunque con más clichés y efectismos que en los ejemplos anteriores, el tema de la ilimitada búsqueda del placer y de la máxima libertad individual como distintivo de la época actual -urgencia del deseo, inmediata satisfacción erótica sin compromisos ni sentimientos, brevedad de las relaciones íntimas, etc.-, sembrando en el espectador la idea de que todo ello puede llevar a un callejón sin salida, un reducto cuyos altos muros acaban convirtiéndose en cárcel de uno mismo. Sugiriendo que toda adicción puede terminar en una especie de esclavitud y que saltarse todas las reglas estrablecidas sólo conduce a la muerte de uno mismo.
Pero, ¿no está trazando el film de esta manera una difusa y confusa frontera entre la necesidad de una ética personal y la imposición externa de un cierto moralismo?
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