(2) EL MONJE, de Dominik Moll.

EL PECADO DE LA CARNE
Atípico thriller sobrenatural ambientado en la devota España del siglo XVIII, El monje es la versión cinematográfica más fiel, hasta la fecha, de la novela gótica homónima escrita por Mathew Gregory Lewis en 1796. Una obra muy polémica en su época al retratar la corrupción moral de un miembro de la Iglesia Católica con todas las connotaciones críticas hacia la tan poderosa institución. Huelga decir que su autor fue acusado de ateo e impío ante el inesperado éxito de su trabajo.
Coproducción hispano-francesa dirigida por Dominik Moll, un realizador inspirado a la hora de mostrar la naturaleza más salvaje e irracional del ser humano, El monje narra el descenso a los infiernos de un hombre de Dios, un líder espiritual que se ha ganado la fama de férreo en sus convicciones e inagotable en su lucha contra el pecado, que sucumbe a los instintos más mundanos en una claroscura radiografía de la maldad humana. La llegada a la comunidad de un misterioso novicio, que oculta su rostro bajo una siniestra máscara, supone un punto de inflexión en su ejemplarizante vida monacal al dejarse caer por la tentación.
Sin duda, la mayor virtud de esta explosiva combinación de moral y pecado, de sexo y religión, es el valiente planteamiento estético adoptado, alejado de toda aspiración comercial, caracterizado por un ritmo denso y una narrativa espartana y contemplativa hasta la extenuación; que junto a una ambientación envolvente e hipnótica logran reflejar la atmósfera religiosa, obsesiva en lo moral y beligerante ante cualquier disidencia doctrinal, propia de la Contrarreforma.
Sin embargo, el resultado es un tanto confuso e irregular, con una frágil estructura interna del relato que se centra en el argumento principal obviando las enriquecedoras subtramas del relato literario original. La transformación psicológica y moral del protagonista es apresurada y sin matización, de la misma manera que la trama urdida por Satanás para corromper al hermano Ambrosio es de una simpleza decepcionante, siendo el sexo, una vez más, la fruta prohibida, ese oscuro objeto de deseo.
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