(2) JUAN DE LOS MUERTOS, de Alejandro Brugués.

EXTERMINADOR A DOMICILIO
Devaluado por una avalancha de olvidables producciones de ínfima calidad, el subgénero zombie ha sido objeto de un reciente proceso de caricaturización que confirma, en mi humilde opinión, estar pasando por una fase crepuscular. Zombies party (2004) y Bienvenidos a Zombieland (2009) dieron oxígeno, no obstante, a una temática desgastada por la sobreexplotación, la imitación casposa y la simple zafiedad gracias a una desvergonzada combinación de humor y gore que se burlaba con saludable autocrítica de sus tópicos y convencionalismos.
La última película de Alejandro Brugués, Juan de los Muertos, supone una nueva incursión al tan manoseado apocalipsis zombie pero desde unas coordenadas muy distintas a las habituales: la Cuba castrista. Ello le permite al director argentino configurar una exótica y tonificante comedia costumbrista de terror dotada de cierto contenido crítico, una sátira político-social auspiciada por la propia naturaleza del género. Así, los muertos vivientes son la metáfora de una sociedad aletargada por décadas de represión y adoctrinamiento, de unos ciudadanos acostumbrados al trapicheo para poder subsistir y de un régimen fosilizado que para perpetuarse en el poder enmascara la dura realidad con teorías conspiranoicas protagonizadas por la disidencia y por el gobierno de los Estados Unidos. Todavía me pregunto cómo una película de estas características burló la censura en un país cuyos gobernantes impiden la mínima discrepancia política.
Lo mejor de Juan de los Muertos no son los efectos especiales ni las escenas de acción, bastante aceptables para tratarse de una película de limitado presupuesto. En este sentido se nota que se ha realizado con pocos medios pero con mucha gracia e inteligencia. Demostrando un gran conocimiento del tema retratado, Brugués recrea una plaga de zombies bajo el prisma del humor caribeño y de la realidad cubana, siendo sus principales bazas unos personajes bien caracterizados e interpretados por un elenco de inspirados actores, un guión repleto de dobles lecturas y abundante mala leche en sus diálogos y una potente banda sonora. Resultan casi berlanguianos algunos gags, como cuando los protagonistas no se alarman del caos inicial en una Habana desolada al verla igual que siempre, cuando Juan y su equipo deciden montar un negocio para sacar partido de la situación o cuando acuden a exterminar a unos turistas españoles “zombificados” que habían montado una orgía en su habitación.
Bien es cierto que progresivamente la historia se va agotando una vez se desarrolla la trama, que se recurre frecuentemente a la repetición de escenas vividas en otras películas de similar temática, que el humor peca de cierta elementalidad y que tras la máscara de irreverencia política se esconde un trasfondo de conformismo condescendiente. Pero el resultado final es un divertido y entretenido film de terror hispano-cubano, con personajes y realidades culturales perfectamente reconocibles, que utiliza sabiamente la parodia como medio de homenaje y redefinición de un género en horas bajas pero con un pasado glorioso.
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