(1) SHERLOCK HOLMES: JUEGO DE SOMBRAS, de Guy Ritchie.

ELEMENTAL, QUERIDO WATSON
Tras labrarse un estilo propio en la confección de intrincados thrillers que retrataban con abundante humor negro el mundo del hampa londinense, el realizador británico Guy Ritchie fue tentado por la industria estadounidense para reinventar a Sherlock Holmes en una de las versiones más estrafalarias y aparatosas del célebre personaje creado por Arthur Conan Doyle. Ante el éxito de Sherlock Holmes (2009) era inevitable su regreso, desprovisto en esta ocasión de la originalidad y la frescura de antaño.
Sherlock Holmes: Juego de sombras se limita, por tanto, a repetir la misma fórmula de éxito con los mismos recursos visuales y artificios narrativos que nos sorprendieron entonces, como el empleo del slow motion con una intencionalidad dramática, la fragmentación del discurso propia del videoclip o el uso de la hipérbole en la resolución de las escenas de acción. Pero el efecto ya no es el mismo.
Por el contrario, la intriga de esta secuela es muy simplona y la construcción de personajes es más esquemática que nunca. De hecho, el enfrentamiento entre el famoso detective y su inevitable antagonista, un enemigo a la altura de su brillante intelecto como es el profesor Moriarty, no refleja la profundidad ni la entidad de ambos personajes literarios, sino que reduce la trama a una simple persecución por diversos países europeos del héroe y su inseparable compañero de aventuras para evitar el caos provocado por el villano para acelerar un conflicto bélico a gran escala que se está incubando en el viejo continente.
Nos encontramos, en definitiva, ante una chorrada de película, si bien esa estética steampunk que combina tecnología del siglo XX en plena época victoriana y la química humorística existente entre los protagonistas, interpretados por un Robert Downey Jr. y un Jude Law más cómicos que nunca, ofrece un efímero entretenimiento con nula capacidad de trascendencia.
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