(2) JANE EYRE, de Cary Joji Fukunaga.

UN ROMANTICISMO LÚGUBRE Y CONTENIDO
De las muchas adaptaciones que la novela Jane Eyre se han llevado al cine y a la televisión cabe destacar por su corrección la de Robert Stevenson (1943), con Joan Fontaine y Orson Welles a partir de un guión de Aldous Huxley y John Houseman; el telefilm bastante superficial de Delbert Mann (1970) con Susannah York y George C. Scott, ilustrado con música de John Williams, y, finalmente, la de Franco Zeffirelli (1995), un folletín lacrimógeno y truculento con Charlotte Gainsbourg y William Hurt.
La fama y el éxito de la novela ha propiciado esta cantidad de adaptaciones fílmicas, en las que es perceptible a ráfagas la belleza del lenguaje literario original y la delicadeza en la descripción de personajes y situaciones. Pero Charlotte Brontë -la mayor de las tres hermanas, con Anne y Emily, también escritoras e hijas de un clérigo anglicano- pasó gran parte de su corta vida en la parroquia de su padre y publicó Jane Eyre en 1847 incluyendo en ella algunos aspectos autobiográficos, vertiendo su conservadurismo moral y reforzando su convicción de la importancia que la fuerza de voluntad tenía para las mujeres, terminando la novela de una manera feliz que recompensa todos los sacrificios y renuncias efectuadas hasta entonces. Como obra señera del Romanticismo británico, en Jane Eyre no falta la inocente huérfana que sufre en un hospicio, que soporta el abandono de sus familiares, que se enamora de un terrateniente atormentado por un oscuro pasado y la solución definitiva de sus desgracias como premio a su virtud y determinación.
Lo que ha hecho Cary Joji Fukunaga en su segundo largometraje es podar mediante elipsis multitud de episodios de la novela, sintetizar diálogos demasiado extensos y resolver con sobriedad los excesos melodramáticos del texto original, potenciando el lirismo de las situaciones. En definitiva, ha trasformado lo sensiblero en lóbrego para mostrar una época difícil para las mujeres, los abandonados y los pobres. El film ubica las renuncias y los desamores en un cuadro social desapacible mostrando con una foto oscura edificios siniestros, personajes herméticos y ambientes lúgubres que los flash-backs amortiguan en parte para tranquilidad del espectador.
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