(4) MELANCOLÍA, de Lars von Trier.

EL FIN DEL MUNDO
Sin duda la mejor película de la semana es Melancolía, de Lars von Trier, verdadero enfant terrible de la cinematografía europea, director polémico y carismático que disfruta mostrando los aspectos más espinosos e incómodos de la naturaleza humana, reflejando su lado más perverso y visceral.
Melancolía sigue la línea de sus anteriores trabajos, mostrando en términos realistas una angustiosa historia familiar contextualizada en un evento apocalíptico. Una de las virtudes de Melancolía es la exótica y llamativa fusión de géneros que la hace casi inclasificable: por un lado, tenemos un drama contemporáneo que narra las vicisitudes sentimentales y emocionales de un pequeño grupo de personas, miembros de una misma familia, durante la celebración de una boda; por otro lado, nos encontramos ante un film de catástrofes, fácilmente reconocible, que condena al planeta Tierra a su segura destrucción por la colisión con otro planeta, llamado Melancolía.
Es precisamente ese sentimiento negativo tan humano, caracterizado por una profunda tristeza y un hondo pesimismo existencial, lo que predomina en toda la historia. Está presente siempre, como el aire que respiran los personajes. La constante sensación es que todo está perdido y no hay salvación posible. Pero Melancolía no es simplemente una caprichosa interpretación del fin de la Humanidad, el relato trasciende en una gran metáfora de la situación de incertidumbre e indefensión del ser humano en esta complicada época de crisis económica y moral en la que nos encontramos, reflejando sabiamente las diferentes actitudes que adoptan los personajes ante el inevitable final.También es destacable la interpretación de sólidos actores de la talla de Kirsten Dunst, Charlotte Gainsbourg, Kiefer Sutherland y Charlotte Rampling, encarnando a personajes tridimensionales cuya desesperación afecta al más frío e insensible de los espectadores.
Y a nivel estético, Lars von Trier estructura la narración en una sucesión de brillantes imágenes bañadas en un intenso lirismo, convirtiendo la tragedia planetaria en un acto de gran hermosura e intensa emotividad. Para el cineasta danés, lo trágico es bello. La muerte como acto sublime, como cúspide de la perfección y como acto de redención. Es en ese momento cuando el ser humano se manifiesta más humano que nunca.
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