(2) ANONYMOUS, de Roland Emmerich.

SHAKESPEARE EL IMPOSTOR
Puede sorprender que un realizador como Roland Emmerich, especializado en películas de gran espectáculo y trepidante acción, haya dirigido un film de contenido cultural como Anonymous, aunque bien mirado en todos sus trabajos pueden apreciarse grandes dosis de oportunismo sensacionalista.
El guión de John Orloff, demasiado caótico y embrollado a mi parecer, con confusas rupturas espacio-temporales, interviene en la vieja polémica sobre la verdadera autoría de las geniales obras teatrales de William Shakespeare (1564-1616) sosteniendo la tesis de que bajo su nombre, un actor gris de escasa formación académica, se ocultaba en realidad el conde de Oxford Edward de Vere, un noble ilustado de la corte inglesa de Isabel II (1558-1603), que acabó arruinado por culpa de su excesiva afición a escribir literatura dramática.
Algunos ven este film como una mera provocación por tachar al genial Shakespeare de impostor o falso autor de las obras escénicas que se le atribuyen. Éste tiene un papel muy secundario en la película, que concede mayor atención al dramaturgo Ben Johnson (1552-1637), que es utilizado por el conde de Oxford para dar a conocer públicamente su producción teatral.
Anonymous me ha parecido un aplicado ejercicio de ficción histórico-artístico que, eso sí, cuenta con una buena producción: magníficos decorados, documentado vestuario, fotografía muy sensible a la escasa iluminación de la época y competentes actores, entre ellos Vanesa Redgrave, su hija Joely Richarson y Derek Jacobi como presentador del prólogo y epílogo del film.
Lo que cuenta la película me produce menos entusiasmo: intrigas, traiciones, violencia, ambiciones personales, relaciones sexuales ilícitas -se insinúa que la llamada “reina virgen” tuvo amantes y varios hijos clandestinos- y también me parece discutibles las afirmaciones de que el teatro shakespeariano fue enormemente popular en su momento cuando se descubrió su genialidad en el siglo XIX y de que tuvo una gran influencia en la vida política y social del país, hasta el punto de alterar la estabilidad y legitimidad monárquicas y de provocar como represalia el incendio del edificio El Globo, mítico escenario donde se representaban las obras del dramaturgo.
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