(1) PARANORMAL ACTIVITY 3, de Henry Joost y Ariel Schulman.

SUMA Y SIGUE
Reconozco mis reservas hacia un género que, salvo contadas excepciones, no logra causar en mí eso que los expertos denominan la suspensión de la incredulidad. Viendo una película de terror, y más del tipo presencias fantasmagóricas que aparecen y desaparecen según la voluntad del guionista, jamás se me olvida que estoy ante una escenificación y cada tópico o convencionalismo que aparece en pantalla me lo recuerda, reforzando mi excepticismo.
Si la primera cinta de la saga ofrecía ciertas novedades estilísticas y narrativas que evitaban condenarla al olvido, Paranormal activity 3 se limita a reproducir la misma fórmula de éxito, sin complejo alguno. ¿Para qué cambiar algo que funciona? Y constatando los 80 millones de dólares recaudados este fin de semana en todo el mundo, habiendo costado “sólo” 5 millones, la respuesta es sin duda afirmativa.
La tercera parte de esta saga adopta la forma de una precuela en la que se narra el origen de la actividad paranormal alrededor de la familia de Katie, el personaje central de la película original, a quien vemos aquí en 1988 como una niña que habla con fantasmas, todo ello grabado por las cámaras de vigilancia que instala su padre en casa.
El objetivo de este film, según palabras de sus responsables, es darle al público “el susto de su vida”. Ése es el problema: el miedo provocado no emana de la calidad de la historia, ni de una buena ambientación, ni es resultado de una sólida y compleja construcción psicológica de los personajes. Son simples sustos que frecuentemente sobresaltan al espectador. Meras trampas narrativas que sólo los amantes del género caen en ellas de forma voluntaria, pues al resto nos revela la artificiosidad de todo su entramado.
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