(1) CON DERECHO A ROCE, de Will Gluck.

EL ROCE HACE EL CARIÑO
Condimentada con un lenguaje más atrevido y un tono más provocador de lo que la industria de Hollywood nos tenía acostumbrados, se está poniendo de moda un tipo de comedias románticas que, con no pocas dosis de ironía, retrata de forma más osada los cambios que afectan al mundo de la pareja y a las relaciones sentimentales.
La reciente Sin compromiso (2011) planteaba a sus afortunados protagonistas la posibilidad de mantener relaciones sexuales habituales sin ser novios, lo que en un lenguaje popular se denomina follamigos. Meses más tarde, Con derecho a roce (2011) insiste en ese, en apariencia, mensaje “liberal”. Dos amigos jóvenes, solteros y atractivos deciden embarcarse en una relación estrictamente física sin compromiso alguno. No obstante, tanto en el primer caso como en el segundo el invento acaba fastidiándose, revelándose la verdadera moraleja de ambas historias: es muy complicado mantener una relación íntima al margen de los sentimientos. De hecho, para el mainstream resulta inevitable enamorarse de quien se comparte el lecho.
Pero lejos de suponer una auténtica renovación de la comedia romántica actual, Con derecho a roce repite su estructura más clásica: presentación de personajes, desarrollo de su affaire, un equívoco o artificioso conflicto que pone en peligro esa relación y un final feliz en el que se sinceran los protagonistas y se vencen las dificultades. De hecho, el film refuerza una caterva de tópicos y manosea los lugares comunes del género con un look posmoderno de aspecto falsamente libertino. El realizador de Rumores y mentiras (2010) se ha especializado en este tipo de films donde nada es lo que parece pero al final es lo de siempre.
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