(2) ROMPECABEZAS, de Natalia Smirnoff.

LA PASIÓN SECRETA DE LA SEÑORA MARÍA
El debut en la dirección de Natalia Smirnoff es una tragicomedia que sintetiza hábilmente humor y drama en una especie de crónica de la vida cotidiana, muy frecuente en el cine argentino como podemos comprobar en filmes de Pablo Trapero, Lucrecia Martel etc., un relato que en esta ocasión describe a una típica familia de clase media, un matrimonio con dos hijos.
La mirada sutilmente feminista que hace patente Rompecabezas no sólo se dirige a la condición de modélica y resignada ama de casa de la señora María del Carmen, experta cocinera y sumisa ante las exigencias de su marido e hijos, sino sobre todo a su decisión de escapar de la rutina familiar tras descubrir casualmente su gran talento para el montaje de puzzles, afición ocultada en principio a causa de la indiferencia, ironía o descalificación de su entorno en una competición hogareño. Su participación y triunfo en una competición nacional le permite conocer y luego intimar con un rico y soltero compañero de juego, un encuentro que afectará poderosamente a su hasta entonces encorsetada existencia.
La actriz María Onetto hace una magnífica interpretación de María del Carmen, una mujer de 50 años que se planteará el sentido real de su vida matrimonial y familiar así como la posibilidad de ensanchar los estrechos márgenes de la misma. La relación extraconyugal de la protagonista y la oportunidad de viajar a Alemania para disputar el campeonato del mundo, mostrado todo ello sin subrayado narrativo ni moraleja alguna, hasta llegar a un final abierto cuajado de oportunidades, hace evidente con bastante heterodoxia ética, que para las mujeres mayores, incluso casadas, puede haber una vida gozosa más allá del hogar, de la pareja y de los hijos.
Una producción realizada con escasos medios que, a pesar de su interés, pone al descubierto la bisoñería de la directora, incapaz de valorar la dimensión espacial de la puesta en escena (la relación entre el actor y el escenario resulta casi siempre bastante chata) y escasamente rigurosa a la hora de potenciar los encuadres (la cámara vagabundea entre rostros, otras partes del cuerpo y objetos), como si Natalia Smirnoff tuviera algunas dificultades para superar las limitaciones propias de un cineasta amateur.
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