(2) EL ÚLTIMO EXORCISMO, de Daniel Stamm.

POSESIÓN, FANATISMO Y ENFERMEDAD
Debo reconocer mis justificados recelos hacia un subgénero fílmico, el de las posesiones demoníacas –que junto a vampiros, zombis y fantasmas configuran la esencia del terror sobrenatural–, plagado de tópicos, artificios y lugares comunes, desgastado por cientos de títulos de insignificante calidad. Y es que esta temática satánica jamás ha logrado cautivarme, salvo sus obras fundacionales, la inquietante La semilla del diablo (1968) y la emblemática El exorcista (1973), origen de remakes, copias y versiones posteriores para todos los gustos. Pero El último exorcismo tiene algo singular, sin que su propuesta formal y/o temática pueda ser considerada inédita.
Bajo el formato de un falso documental –cuyo referente inevitable es El proyecto de la bruja de Blair (1999) pero también la exitosa saga de Jaume Balagueró y Paco Plaza–, el film del director alemán Daniel Stamm, uno de los más rentables del año pasado –costó 2 millones de dólares y recaudó 40 millones sólo en Estados Unidos–, sigue los pasos del reverendo Cotton Marcus, un farsante arrepentido que decide contratar a un equipo de TV para filmar un exorcismo y revelar al público el engaño de su profesión. Pero, como no podía ser de otra manera, el ritual se le va de las manos, asistiendo a lo que parece una auténtica manifestación del Diablo.
¿En qué se diferencia de otras producciones de similar temática? En mantener hasta el final la duda de si se trata de una posesión, el resultado de un irrespirable ambiente de fanatismo religioso o simplemente de un caso grave de enfermedad mental. Salvo los últimos minutos en los cuales se revela el misterio, El último exorcismo se presenta como el sempiterno duelo dialéctico entre ciencia y religión. Y también como un digno estudio del fundamentalismo y sus terribles consecuencias. El hecho de que la acción esté ubicada en la llamada “América profunda”, esté localizada en escenarios decadentes como son los alrededores de una casa junto a un cenagoso páramo en medio de ninguna parte y sus personajes reflejen un fervor católico que raya lo sectario, ayuda en proporcionar una gran credibilidad tanto en la ambientación, en la puesta en escena y en la definición de personajes.
Como contrapartida, los únicos defectos que podría argüir son, en en terreno de lo formal, los trucos empleados para dar la falsa sensación de directo con una cámara al hombro convertida en un personaje más, como en Rec (2007) y su secuela, y en el terreno de lo narrado, un final brusco y sorpresivo que, no obstante, es incoherente con lo anteriormente propuesto.
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