(1) SIN IDENTIDAD, de Jaume Collet-Serra.

COMPLICADA INTRIGA EN BERLÍN
Con esta adaptación de la novela de Didier van Cauwelaert Out of my head, el catalán establecido en California Jaume Collet-Serra realiza su cuarto largometraje rindiendo homenaje al maestro Hitchcock, a un modelo de cine preocupado especialmente por el tema del cambio o confusión de identidades, como puede apreciarse desde Con la muerte en los talones (1959) a Cortina rasgada (1966) sin olvidar naturalmente la siempre admirable y sorprendente Vértigo (1958). Pero en lo que en el mago del suspense era precisión narrativa, riguroso control de las situaciones e incluso verosimilitud de los personajes, en Collet-Serra se convierte en thriller absolutamente plegado a los patrones industriales del actual cine USA y, por tanto, elaborado con criterios de rentabilidad estrictamente económica.
Sin identidad es, desde luego, un ejemplo paradigmático del cine de género que, por desgracia, se queda sólo en la mera superficie o mecánica de la intriga por culpa de un alargamiento injustificado de su metraje y de una trama artificiosamente complicada que tiene como principal objetivo el entretener al espectador. Todo lo que en Hitchcock sucedía diáfanamentea plena luz del día, Collet-Serra y sus técnicos necesitan trasladar a la noche para que la oscuridad de los escenarios les permita la utilización de abundantes efectos especiales (trucajes), la intervención de especialistas en las numerosas escenas de acción y al espectacularidad de las interminables persecuciones y explosiones.
Rodado en Berlín con un elevado presupuesto, Sin identidad se apoya en un guión bastante truculento que sustituye los tópicos propios de la Guerra Fría —espías asesinos, fanáticos comunistas, férreas consignas ideológicas— por anónimas y poderosas organizaciones criminales movidas sólo por el afán de lucro, en este caso con la misión de impedir que un científico altruista facilite a la Humanidad la fórmula de un nuevo maíz híbrido tan resistente como capaz de terminar con el hambre en el mundo. Esta vez, sin embargo, la identidad personal alterada y confundida no obedece a exigencias lógicas del relato sino a esa pretenciosa metafísica cerebral en torno a la verdadera esencia del sujeto que caracteriza a una parte significativa del cine del último decenio, desde la fundacional Matrix a determinados títulos salidos de las manos de Amenábar o Scorsese.
Emocionará a los cinéfilos ver a Bruno Ganz como antiguo agente de la Stasi —la imposible amnesia de la Alemania Oriental sobre su sangriento pasado nazi y estalinista— pero quizá se decepcione ante un Liam Neeson que se esfuerza por emular a héroes tan arquetípicos como los que solía encarnar Harrison Ford.
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