(3) CONTRACORRIENTE, de Javier Fuentes-León.

UNA PASIÓN PROHIBIDA
Después de El lugar sin límites (Arturo Ripstein, 1978) poco nuevo podía añadirse sobre el hecho de ser gay en Latinoamérica, un espacio geográfico, cultural y moral especialmente apto para el cultivo del machismo y de la homofobia, aunque Javier Fuentes-León (Lima, 1968) —un médico que marchó a California a estudiar cine, autor de cortometrajes y de trabajos para el teatro y la TV— decidió aportar su grano de arena a este tema casi tabú con un drama rural filmado con escasos medios pero con grandes dosis de realismo cotidiano que ha propiciado su exhibición en numeroso festivales de cine.
El guionista y realizador peruano debuta en el largometraje con esta película que no es autobiográfica pero que utiliza diversas experiencias personales del autor, ambientada en Cabo Blanco, un pueblo norteño de la costa del Pacífico donde Miguel, un pescador casado que espera su primer hijo mantiene una relación sexual clandestina con Santiago, un apuesto artista venido de fuera que morirá accidentalmente y cuya posterior presencia fantasmal en la pantalla pondrá de relieve la asunción del punto de vista narrativo por Miguel, vértice principal del escandaloso triángulo amoroso.
Contracorriente busca una normalidad ajena a la habitual truculencia folletinesca de los culebrones latinos y lo consigue gracias a su contención dramática y al aplicado estudio de los personajes principales. Su intención no es sólo combatir la intransigencia de las mentes más caducas, sino también conmover al espectador, agitando sus emociones a favor de la tolerancia.
En el film hay una fuerte influencia del naturalismo, palpable no sólo en el papel acusador del colectivo popular sino también en esos trágicos amores en los que el casado infiel persigue el placer pero se reserva los sentimientos, una contradicción moral no resuelta que encadena los prejuicios a la angustia y el remordimiento al sentimiento de culpa. Pero el relato acaba de forma generosamente progresista, quizás fruto de una militancia poética, merced a un antiguo rito mortuorio local que obliga a depositar en el fondo del mar a los cadáveres para que puedan alcanzar su eterno descanso.
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