(1) SHREK, FELICES PARA SIEMPRE, de Mike Mitchell.

QUÉ BELLO ES VIVIR
La cuarta entrega de Shrek cierra, finalmente, una saga que empezó en 2001, con una entretenida, delirante y desmitificadora animación que subvertía los más célebres cuentos infantiles conocidos. Superando la sensiblería y el esquematismo de las producciones anteriores, monopolizadas casi en exclusiva por la corriente ultraconservadora y moralista encabezada por la Disney —que la productora de animación Pixar, subsidiaria de aquélla, se está encargando de actualizar, adaptándose a los gustos del público actual—, Shrek (2001) supuso un soplo de aire fresco a la animación estadounidense.
Sin duda, destacaba ese toque de irreverencia hacia la cultura popular, ese derroche de humor descarado y su sello de excelente factura que logró que la saga fuera, incluso, objeto de culto para el público adulto. Pero las sucesivas y previsibles secuelas —Shrek 2 (2004), Shrek Tercero / Shrek 3 (2007) y la que ocupa en estas líneas— han ido rebajando la notable calificación recibida en su primera entrega hasta un merecido suspenso.
Y es que, reconozcámoslo, la fórmula empezaba a decaer. La originalidad se esfumó a la primera de cambio y la trascendencia, ni está ni se la espera. La historia que narra Shrek felices para siempre es cansina, por no decir decepcionante. Se trata de una revisión de la ya desgastada historia de “qué hubiera pasado si yo no hubiera nacido” que el film de Frank Capra Qué bello es vivir (1946) llevó a extremos difícilmente superables. Una simple aventura, una más, que se limita a reproducir todos los ingredientes ya vistos anteriormente. ¿Fin?
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