(2) EL RETRATO DE DORIAN GRAY, de Oliver Parker.

BELLEZA E INMORTALIDAD
Declarado admirador de la obra del genial escritor, poeta y dramaturgo británico-irlandés Oscar Wilde, de quien ha adaptado al cine dos obras teatrales —Un marido ideal (1999) y La importancia de llamarse Ernesto (2005)—, el realizador inglés Oliver Parker intenta, sin demasiado éxito, dar vida en la gran pantalla a la única novela del citado autor: El retrato de Dorian Gray, una de las últimas obras clásicas de terror gótico con una fuerte temática faustiana —la eterna juventud; si bien el verdadero tema central de la novela es el narcisismo—, considerada en la actualidad como uno de los clásicos modernos de la literatura occidental.
Podríamos considerar a Oliver Parker como uno de los directores más apropiados para homenajear a Wilde, gracias en parte por el exquisito cuidado que pone siempre en el plano estético, lo que le convierte en un buen realizador de obras de época. Pero El retrato de Dorian Gray de Parker no es el mismo que El retrato de Dorian Gray de Wilde. En primer lugar, mientras que la fuente original supo retratar a la perfección, con gran ojo crítico, tanto a la sociedad de su época —finales del siglo XIX— como sus principales defectos, su endeble adaptación fílmica resulta epidérmica y anecdótica. En segundo lugar, se trata de una novela de estética decadente —nos encontramos en plena época victoriana— que no se plasma en esta versión cinematográfica que se deja seducir por una narración más en la línea de Hollywood, abandonando cualquier intencionalidad artística.
El retrato de Dorian Gray de Oliver Parker supone, por tanto, la adaptación menos fiel al espíritu y la letra de la obra original —más recomendable es el visionado de la versión de Albert Lewin de 1945— para el regocijo de los amantes del cine más comercial, aquel que en aras del entretenimiento convierte en un simple espectáculo lo que es en realidad, originalmente, un estremecedor viaje al lado oscuro del ser humano.
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