(2) YO SOY EL AMOR, de Luca Guadagnino.

RETRATO DE UNA FAMILIA BURGUESA
Esta última película, escrita, producida y dirigida por Luca Guadagnino (Palermo, 1971), con aires de “autor”, evoca inevitablemente la obra fílmica de Visconti y de Antonioni al retratar a una familia de la alta burguesía industrial milanesa, un clan familiar dedicado al textil cuyo abuelo, que ahora abandona la dirección y nombra sucesor en la empresa, amasó su fortuna gracias a sus buenas relaciones con el régimen fascista de Mussolini.
Pero los tiempos han cambiado. Del paternalismo inicial, de aquellos gestos caritativos meramente ceremoniales con los trabajadores, hemos pasado a la globalización de diluye las responsabilidades financieras, que traslada a otros países la producción, que hace de las guerras un buen negocio y donde el nuevo capitalismo busca mucho antes el volumen de los beneficios que la cualidad ética de sus decisiones.
El discurso del film, que necesitó largos años de preparación, se presenta complejo y habla de una “caída de los dioses”, de una decadencia matizada donde la gran burguesía cambia de formas y de estructura no ya para desaparecer sino para sobrevivir. La descomposición del clan familiar será más sutil que en otras circunstancias históricas: los amores ilícitos serán protagonizados por mujeres como reacción a su función meramente decorativa, a su vacío interior, a la incomunicación con su entorno humano. Será una rebeldía pacífica que propiciará su redención personal.
La muerte accidental del joven heredero, comprometido conla antigua ética empresarial, y la huida de otros miembros del clan en busca de independencia posibilitarán un nuevo panorama más abierto y diverso basado en la creatividad, la libertad individual, el arte y los valores de la naturaleza. El mundo antiguo no va a desaparecer -los gatopardos de Visconti- pero deberán transformarse tanto por la vía de los sentimientos como de las nuevas profesiones.
Una osada y moderna música electroacústica de John Adams, que evita toda sensación melodramática, la presencia de un amplio reparto, la inteligente utilización de la cámara, con elipsis en el relato, para reflejar la belleza y la elegancia de una clase rica, así como planos generales y largos iluminados de forma natural para poner al día los hallazgos expresivos de Antonioni… son factores estéticos, no siempre desarrollados en su plenitud y eficacia, que confieren a Yo soy el amor un interés indiscutible.
Del invierno nevado del film pasa a la calidez del verano, del color blanco al verde, con la explosión reproductiva de plantas e insectos en una naturaleza exhuberante, llena de vida, que parece invitar a hombres y a mujeres a seguir sus pasos. Y así, el discurso de la película atiende tanto a paisajes, palacios, paredes, muebles y objetos como a personas que con su hieratismo exterior y sus ceremonias sociales lo utilizan para ocultar sus más íntimos conflictos.
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