(3) CIUDAD DE VIDA Y MUERTE, de Lu Chuan.

MAGNÍFICA DISECCIÓN DEL HORROR
Considerado por la crítica especializada como el Steven Spielberg chino, tanto por el clasicismo de su narrativa como por el sello de gran producción que identifica su obra, el realizador Lu Chuan aplica técnicas propias de un forense para realizar una rigurosa y detallada disección de lo peor del género humano, su infinita capacidad de hacer daño aniquilando aquello que considera contrario a sus intereses, en uno de los episodios más oscuros y sanguinolentos de la Historia de China, el exterminio de 300.000 personas en la conquistada ciudad de Nanking, entonces capital china, durante la segunda guerra sino-japonesa (1937-1945).
Cruento y desgarrador relato sobre la barbarie humana, cuyas imágenes en blanco y negro alcanzan una potencia visual pocas veces vista —que recuerda inevitablemente el célebre film del maestro Kubrick, Senderos de gloria (1957)—, Ciudad de vida y muerte supera ampliamente los márgenes del encorsetado cine bélico para convertirse en un alegato antibelicista universal que narra el terror en estado puro, basado en hechos reales, en el que se suceden asesinatos en masa, violaciones sistemáticas, destrucción sin sentido y degradación de la condición humana. Eso sí que da miedo.
En ese universo de inmundicia e indignidad, en el que Chuan parece moverse como un mero testigo presencial —un tono documental que le permite distanciarse del hecho narrado—, aparecen personajes que transgreden los papeles que, tradicionalmente, les ha tocado por cuestiones de justicia poética: en primer lugar ese oficial del ejército japonés que reflexiona sobre los abusos cometidos y se da cuenta del horror del que es partícipe, sufriendo en un momento de lucidez un sentimiento de culpa inasumible. En segundo lugar ese diplomático nazi que, lejos de la monstruosidad con la que es reflejado el nazismo en la filmografía universal, muestra una humanidad, una capacidad de empatía ante el sufrimiento de las víctimas que es imposible no conmoverse.
Nos encontramos, pues, ante un film complejo, sin consignas, sin heroicidades ni grandes figuras históricas, que huye de intenciones propagandísticas —aspecto que ha molestado a las autoridades chinas, quienes han terminado por censurar la obra en el país— y de derivaciones melodramáticas. No extraña, por tanto, el merecido reconocimiento en el pasado Festival de Cine de San Sebastián, obteniendo la Concha de Oro a la Mejor Película.
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