(1) EL DISCÍPULO, de Emilio Ruiz Barrachina.

JESÚS, EL HOMBRE
Tras estudiar durante tres lustros los principios de la religión cristiana e interesarse por la figura de Jesús, el periodista y realizador Emilio Ruiz Barrachina aporta en su último film, un insólito biopic a medio camino entre la ficción y el documental, una visión desacralizada y politizada de esta célebre figura histórica. Basándose en los más recientes estudios sobre el tema y contando con el asesoramiento del catedrático de Historia de la Universidad Complutense de Madrid, Antonio Piñero, El discípulo despoja a Jesucristo de su tradicional y principal atributo, su condición de hijo de Dios –no hay milagros, ni auras divinas, ni manifestaciones celestiales–, y le presenta como una persona áspera, desamparada, hostil y llena de defectos humanos. Aspecto que, por descontado, ha generado una agria polémica y la furibunda crítica de la Conferencia Episcopal, quien ha acusado al cineasta de crear la primera película alejada de la postura oficial del cristianismo –sentencia cuanto menos discutible si recordamos las reacciones de las autoridades religiosas a las aproximaciones cinematográficas de Pasolini y de Scorsese– y de generar un debate sobre el dogma impuesto a lo largo de 2.000 años sin que mucha gente se haya atrevido a discutirlo.
Mientras que Pasolini ofreció una perspectiva social de su biografía en El evangelio según San Mateo (1964) y Scorsese optó por una versión más carnal del personaje en La última tentación de Cristo (1988), Emilio Ruiz Borrachina se centra en su faceta más política: el film narra los últimos días de Jesús el Nazareo, llamado así por ser un guía espiritual, un nazir, discípulo de Juan el Bautista y que acompañó hasta Jerusalén al grupo guiado por Simón para tomar por la fuerza el templo y esperar que Yahvé, tal y como hiciera sus antepasados macabeos, enviara sus legiones de ángeles para expulsar a los romanos. En una época en la que política y religión eran una misma cosa, observamos a un Jesucristo fundamentalista en su discurso, radicalmente nacionalista, rebelde ante Roma y angustiado por el papel que cree que le ha tocado asumir. Diversas subtramas pretenden, sin éxito, dotar de mayor profundidad al protagonista, como su conflictiva relación con su madre María, quien intenta impedir que éste acabe ajusticiado a manos de los invasores como su padre José; o su tormentosa relación con María de Magdala, una hermosa prostituta contratada por su madre para desanimarlo en su mesiánica misión.
Es esa fractura entre el Jesús histórico y el Cristo de la Fe lo mejor de la película. Sin embargo, la escasez de medios y la falta de credibilidad sistémica –doblaje, escenas de acción mal resueltas, decorados de cartón piedra en interiores, esquematismo en la forma de presentar personajes, etc– acaban por desinflar un film cuyo balance final es, ciertamente, decepcionante.
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