(2) GREEN ZONE, de Paul Greengrass.

LA MENTIRA QUE PROVOCÓ UNA GUERRA
Calmadas las aguas tras el 11-S, el cine de Hollywood ha intentado acercarse, de forma realista pero sin apenas autocrítica, a las consecuencias de esa agresiva y maniquea política –la famosa “Guerra contra el terrorismo”– que justificó guerras preventivas y alianzas antinatura y que configura los endebles cimientos sobre los que se sustenta Oriente Próximo. Algunos films tratan de acercarse al día a día de los soldados del ejército USA en Iraq sin plantearse el origen de toda esa violencia e inestabilidad, como la gran vencedora de la última edición de los Oscar, En tierra hostil (2008). Pero, afortunadamente, otros tratan de ir más allá y plantean serias dudas sobre la actuación de la primera potencia mundial en una de las zonas más conflictivas del planeta. Así, si en Syriana (2005), Stephen Gaghan daba en el clavo al dirigir su mirada hacia los oscuros intereses de la industria petrolera y sus perversas conexiones con los regímenes autocráticos de la zona, cómplices del terrorismo islámico, en Green zone Paul Greengrass se atreve a denunciar un secreto a voces: que EE.UU. fue a la guerra de Iraq por una burda mentira diseñada y difundida interesadamente que afirmaba que el régimen de Sadam Hussein disponía de un arsenal nuclear, desmantelado según expertos independientes tras la Guerra del Golfo (1990-1991).
Considerado un maestro del cine de acción gracias al éxito de la saga de Jason Bourne, Greengrass traslada el mismo ritmo endiablado y la misma espectacularidad para resolver escenas de la citada saga en un entretenidísimo thriller que narra las progresivas sospechas de un oficial del ejército estadounidense de que los informes que alertan del peligro nuclear iraquí son amañados en nombre de turbios intereses. Para ello, el realizador se asocia con el guionista Tony Gilroy y Matt Damon, un actor versátil que es capaz de mostrar su vis cómica en El soplón (2009), dar vida a un famoso deportista sudafricano en Invictus (2009) o ser el amnésico asesino de la CIA acorralado por mafias y agencias de seguridad de El mito de Bourne (2004) y El ultimátum de Boune (2007).
A pesar de la osadía de la denuncia y de mostrar la compleja red de intereses político-militares existentes en la zona, entre los que destaca el enfrentamiento entre la facción favorable a pactar la paz con los dirigentes supervivientes del régimen ya caído para evitar más inestabilidad y la facción que defiende su eliminación –que en la realidad acabó imponiendo la disolución del partido Baaz y del ejército iraquí, pilares fundamentales del régimen de Sadam, empeorando todavía más la situación–, Green zone omite, no obstante, cualquier referencia al hecho fundamental: Iraq nada en petróleo, y es este detalle, en mi opinión, la clave que explica el conflicto en toda su complejidad. Sin este preciado recurso, Estados Unidos no hubiera invadido el país. Considero esa omisión, salvada únicamente en el impactante plano final del film, algo que desvirtúa la intencionalidad crítica de Greengrass y que acaba reduciendo la película en una sucesión de inquietantes escenas de acción sin acabar de justificar el por qué de todo aquello. No hay, por tanto, trascendencia, pero sí talento para el entretenimiento.
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