(1) DAYBREAKERS, de Michael y Peter Spierig.

SOCIEDAD VAMPÍRICA
En las antípodas de esa visión romántica del mito vampírico que se ha extendido obra y gracia de la saga Crepúsculo y sus previsibles imitaciones, el último film de los hermanos Spierig, Daybreakers, reivindica la naturaleza salvaje y perversa de este personaje universal tan monstruoso como fascinante.
El elemento novedoso de este film supone una nueva vuelta de tuerca a la relación entre humanos y vampiros, entre víctimas y verdugos: el vampiro no es ese ser aislado que es perseguido y eliminado para que su existencia nunca llegue a afectar a los asuntos humanos, sino que es una raza predominante que explota al ser humano, convertido éste en una minoría que lucha por su supervivencia. Es curiosa, pues, la perspectiva que se muestra en el film: el completo dominio del vampiro sobre los humanos. Los primeros son los dueños absolutos de una sociedad transformada por culpa de una epidemia mientras los segundos huyen para evitar ser cazados y almacenados en granjas donde extraer su sangre. También es curiosa la explicación a la naturaleza del vampirismo: una enfermedad transmitida por un murciélago, sustituyendo la tradicional connotación religiosa –ya no sirven las cruces ni el agua bendita– por una justificación pseudo-científica basada en una enfermedad irreal e imposible.
No obstante, Daybreakers no pasa de ser un mero pasatiempo. Al igual que otros films como Blade (1998) y Dark City (1998), tiene escenas destacables, pero acaba venciendo la espectacularidad frente a la reflexión, siendo predominantes las escenas de acción. Visualmente, la película muestra un refinamiento inesperado, destacando la relevancia de los decorados y el estilismo de la puesta en escena, cuya influencia –estética Matrix– nunca es disimulada. Pero las tramas pecan de una debilidad extrema, los personajes son planos como el papel de fumar y el desenlace carece de toda épica. Discreta.
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