(3) DESGRACIA, de Steve Jacobs.

COMPLEJIDADES Y CONTRADICCIONES HUMANAS
Una sensible y elegante adaptación de la novela homónima escrita en 1999 por John Maxwell, premio Novel de Literatura 2003, protagonizada con una sobria intensidad por John Malkovich en el papel del profesor de lengua inglesa David Luire que es expulsado de la Universidad por abusar de una alumna.
El contexto geográfico e histórico que enmarca el relato es la República Surafricana unos pocos años después de que Mandela lograra suprimir el Apartheid, cuando la violenta represión contra los ciudadanos negros iba dejando paso ya a la hegemonía de la mayoría africana, no sin dificultades, con la conquista de sus derechos políticos, sociales y económicos.
Desgracia narra unas dramáticas historias personales cuya intimidad queda enmarcada en el inmenso paisaje sudafricano, gracias a una cámara inteligente cuyos planos generales logran integrar a los actores, gracias a su profundidad de campo, en una naturaleza bastante acogedora. Y es precisamente la escasez de contraplanos lo que confiere al film un carácter objetivo que explora los rincones más profundos de la mente humana con unos criterios totalmente abiertos que requieren del espectador una activa participación a la hora de leer, interpretar y valorar el discurso.
El australiano Steve Jacobs ha sabido captar toda la complejidad y contradicciones humanas de un relato literario que no hace sino plantearse preguntas sobre la ética y la justicia. ¿Es viable el relativismo moral? ¿Se puede vivir sin una escala de valores? ¿La venganza puede reparar un mal anterior? Lejos de cualquier tentación dogmática, el film testimonia con cierto distanciamiento el choque entre razas, clases sociales, sexos y culturas diferentes sin olvidar ese siglo de injusta discriminación racista que sólo aportó muerte y sufrimiento, cuyas heridas aún no han cicatrizado del todo, a juzgar por los obstáculos que todavía hoy dificultan la generosidad de los humillados y la plena reconciliación de todos.
El discurso del film se sitúa en ese terreno literario existencialista que cabe situar entre Baudelaire -el imperio de los instintos y de la pasión- y Dostoiewski -el arrepentimiento y la redención espiritual- y constituye una elaborada metáfora africana en la que el drama del pasado a dejado paso a la esperanza en el porvenir. Una música bella y delicada pone marco sonoro a un desfile de personajes que sufren en la búsqueda de su propia identidad y de unos principios aplicables a sus vidas. Unos seres humanos capaces de caer en el error y de enderezar su rumbo.
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