(1) EL MILAGRO DE HENRY POOLE, de Mark Pellington.

CUESTIÓN DE FE
El actor cómico Luke Wilson cambia drásticamente de registro en un discreto drama romántico condimentado con grandes dosis de fe católica, hasta el punto de parecer diseñada para satisfacer a los sufridos creyentes en estos tiempos de total indiferencia ante el hecho religioso, gracias a la estudiada ambigüedad con la que el realizador retrata unos supuestos milagros y los enfrenta a la visión escéptica y racionalista del protagonista.
El milagro de Henry Poole se ubica, paradójicamente, dentro de los parámetros del cine independiente estadounidense, tanto en la forma (pequeña producción, escaso presupuesto, etc) como en el contenido (predominio del diálogo frente a la acción, sólido desarrollo de personajes, temática poco convencional, etc), al estar protagonizado por un solitario necesitado de redención que, creyendo que va a morir próximamente de una enfermedad incurable, permanece encerrado en una casa alquilada de un modesto barrio del extrarradio. La aparición de una mancha en una pared que da a su descuidado jardín, cuyos vecinos confunden con el rostro de Jesucristo, rompe la tranquilidad del protagonista y convierte su “retiro” voluntario en un santuario objeto de peregrinación. Así, lo que empieza como una crónica de la autodestrucción deriva en un canto a la fe divina, recibiendo el protagonista lecciones sobre el valor de la amistad, el amor y la gracia de Dios como último recurso para superar obstáculos y disfrutar de segundas oportunidades. No convence.
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