(1) UN CONEJO SIN OREJAS, de Til Schweiger.

AUNQUE LA MONA SE VISTA DE SEDA
Tras acumular más de 10 millones de espectadores en su paso por distintos países europeos, el último gran éxito del cine alemán, Un conejo sin orejas, llega a España con la pretensión de “renovar” el anquilosado y previsible género romántico. Pero no sólo no lo consigue, sino que refuerza mi idea de que esta parcela cinematográfica sufre una aguda crisis de creatividad.
El actor metido a realizador Til Schweiger vende un viejo producto sometido a un lifting facial: no es más que una típica historia de enamoramiento entre dos personajes, en principio antagónicos, que superando una serie de obstáculos acaban entregándose al amor. Pero narrada de forma ágil y envuelta en un halo de cierta transgresión.
Es cierto que Un conejo sin orejas evita caer en el sentimentalismo lacrimógeno propio del cine hollywoodiense, y se agradece, pero el guión refleja fielmente las convenciones y los clichés propios de un film comercial que pretende, en esencia, ser aceptado por un público masivo. Excesivamente tediosa es la parte del arrepentimiento del joven por los errores cometidos y los desesperados intentos por conseguir el perdón de su amada, y poco creíble la súbita transformación de los protagonistas: el periodista prepotente e insensible da paso a un hombre que, abandonando su vida anterior, reconoce y asume sus sentimientos con una madurez inusitada; la remilgada y reprimida profesora de guardería se transforma en una segura, independiente y sofisticada mujer que “domestica” al amor de su vida. Sí, claro. Y dos huevos duros.
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