(1) MENTIRAS Y GORDAS, de Alfonso Albacete y David Menkes.

OSTRAS Y CARACOLES
Lamentablemente, esta última película de Albacete y Menkes remite, salvando las lógicas diferencias, a Siempre es domingo (Fernando Palacios, 1961), un título que provocó tanto escándalo como éxito popular gracias a su carácter truculento y efectista con final moralizante, un producto tramposo que podríamos comparar a aquel macarrón marxista (de Groucho) relleno de bicarbonato para evitar las malas digestiones. Totalmente aplicable a Mentiras y gordas, con su mensaje aleccionador son las palabras que Fernando Méndez-Leite dedicó en su Historia del Cine español: “Una juventud vacía de ideales, ansiosa únicamente de gozar de todos los placeres materiales que el dinero y la mala educación de sus progenitores ponen indebidamente a su alcance”.
Drama coral, con Ángeles González-Sinde colaborando en el guión, que transcurre a lo largo de tres intensas jornadas de verano en la costa alicantina y protagonizada por chicos y chicas veinteañeros, vitalmente desorientados y dedicados en cuerpo y alma al disfrute del sexo -en todas sus variantes- y de las drogas. Lo que la censura no permitió en los 60, ahora ya puede mostrarse: tetas, escenas de cama, salidas del armario, diálogos de crudo realismo, escenarios festivos aptos para el desmadre como discotecas, terrazas y playas, y una música que ha desterrado al melódico Augusto Algueró par dar paso a sonidos de la postmodernidad con especial relevancia del grupo Fangoria capitaneado por Nacho Canut y Alaska.
La pretendida dimensión testimonial del relato sobre un determinado sector de la juventud, quitando las caretas a unos personajes caracterizados por sus disimulos y falsedades, no es sino la coartada que encubre la descarada operación comercial que busca captar al público juvenil ofreciéndole un amplio reparto de noveles actores y actrices repentinamente famosos por su presencia en conocidas series televisivas.
Un montaje trepidante, paralelo al frenético ritmo de las piezas musicales que se escuchan, no evita la sensación de superficialidad y artificio que provoca un film necesitado de un estudio más serio de los personajes y de una mayor atención a sus contextos socioeconómicos y familiares.
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