(3) LA BODA DE RACHEL, de Jonathan Demme.

BODA CATÁRTICA
Tras realizar su peculiar travesía por el desierto en lo que supuso un decepcionante giro comercial de su trayectoria anterior –tras el trepidante thriller El silencio de los corderos (1991), premiado con cinco Oscar de Hollywood, que le catapultó a la fama–, el director estadounidense Jonathan Demme retoma con fuerza el espíritu trasgresor que le caracterizó en sus inicios profesionales, dando forma a un sólido drama contemporáneo que profundiza sobre las miserias y los trapos sucios de una familia de clase media aparentemente representativa, tratados con realismo y sin excesos melodramáticos.
Ejemplo modélico de cine independiente USA, y no sólo por su escaso presupuesto o el tratamiento serio y honesto de los conflictos emocionales y sentimentales de un grupo de personajes, La boda de Rachel se aleja, voluntariamente, de lo políticamente correcto y narra el reencuentro de dos hermanas durante la boda de una de ellas, surgiendo viejas rencillas familiares en un contexto de celebración y jolgorio.
Al igual que sucedía en Un día de boda (1978), del malogrado realizador Robert Altman, en La boda de Rachel se muestra ese microcosmos de relaciones familiares afectado por la apariencia y la hipocresía, donde los silencios esconden secretos inconfesables o traumas no superados, transitando con sorprendente naturalidad entre la comedia y el drama, combinándose escenas de dolor desatado con otras de fino humor negro.
Al excelente guión de Jenny Lumet, hija del cineasta Sidney Lumet, le acompaña un brillante plantel de actores, encabezados por la recuperada Debra Winger y una insólita Anne Hathaway, que deslumbra por la complejidad y la pasión con que interpreta a la hermana pequeña, recién salida de un centro de desintoxicación. Por su parte, Jonathan Demme mueve la cámara con absoluta libertad entre los invitados, siendo un testigo de excepción del colorido enlace y de los constantes enfrentamientos dialécticos entre los protagonistas. La boda de Rachel es recomendable porque muestra el mundo tal y como es, sin artificios ni maniqueísmos de fácil digestión.
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