(1) EL ÚLTIMO VOTO, de Joshua Michael Stern.

EL INDECISO
Presentada erróneamente como una comedia, la propuesta del joven realizador Joshua Michael Stern se aproxima a la compleja realidad política estadounidense con una doble denuncia: la escasa cultura que posee una proporción nada desdeñable de sus votantes y las corruptelas de la clase dirigente, que convierte la política en un negocio y al ciudadano en un cliente al que se le puede comprar. Por tanto, El último voto supera la legítima intencionalidad de entretener para deslizar sutilmente una crítica del sistema electoral y político de la primera potencia mundial. Dicho esto, el film recupera la mirada idealista y bienintencionada de Frank Capra sobre la bondad natural del ser humano frente a un sistema defectuoso que lo corrompe todo, en una discreta fábula político-social en torno a unas reñidas elecciones presidenciales en Estados Unidos que dependen de un único voto. El protagonista que debe elegir al futuro presidente, que bien podría haber salido de Caballero sin espada (1939) o Juan Nadie (1941), es un apático e irresponsable padre de familia que, tras enfrentarse al peligro de perder la custodia de su única hija y ser víctima de la ambición de los candidatos a la Casa Blanca, asume finalmente su responsabilidad, alcanzando un nivel de conciencia política que le ensalza como héroe anónimo. Por tanto, El último voto es una historia más de redención y de superación personal, condimentado con abundantes elementos sentimentales para ablandar al espectador –la hija, que exhibe una madurez muy superior a la propia de su edad, representa el Pepito Grillo del padre, la voz del sentido común–, en la que el director se abstiene de posicionarse al lado de nadie. No vaya a ser que pierda espectadores por ello.
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