(1) SANGRE DE MAYO, de José Luis Garci.

COSTUMBRISMO POPULAR
Para conmemorar el II centenario del 2 de mayo de 1808, doña Esperanza Aguirre puso en manos de J. L. Garci la cantidad de 15 millones de euros para la producción de una película sobre el inicio de la resistencia armada, en Madrid, contra la dominación francesa. El resultado es un largo relato de 151 minutos inpirado en dos de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, que se convertirá en una miniserie de tres capítulos destinada a Telemadrid.
Hay una pareja de protagonistas, dos jóvenes enamorados encarnados por Quim Gutiérrez y Paula Echevarría, así como un amplio reparto de personajes secundarios que componen una serie de estampas de carácter naturalista y coral mediante las cuales se pretende narrar los hechos de aquellos años, una ocasión histórica desperdiciada para el logro de una nación más culta y libre, un proceso cuya complejidad y cuyas contradicciones se evitan para destacar únicamente el heroismo de los madrileños y su acendrado patriotismo frente al malvado francés.
Lo que vemos en Sangre de mayo es un discurso academicista de tintes costumbristas sobre el Motín de Aranjuez, el levantamiento popular del 2 de mayo y el inicio de la Guerra de la Independencia (1808-1813), todo ello narrado con voz en off explicativa, diálogos literarios, personajes tendentes al casticismo y referencias iconográficas al Goya de los fusilamientos que confirman el amor de Garci por lo anecdótico-sentimental, dejando sin aclarar lo fundamental de ese período histórico, más allá de su visión de una España uniformizada por la hegemonía madrileña.
No se explica el choque entre las ideas liberales, subversivas, que difundían los invasores, y la momentánea pasividad con la que la nobleza, la Corona, las Cortes o el Consejo de Castilla acataron los acontecimientos. Ni la paradoja de que fueran los franceses quienes abolieran la Inquisición y que la guerra liberadora y Fernando VII no trajeran la Ilustración sino un largo período de absolutismo. Todo muy chato, ambiguo y confuso como la propia fotografía de excesiva iluminación frontal que deja a los planos sin claroscuros ni contrastes, pese a retratar una época anteroir a las ventajas de la luz eléctrica.
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