(1) EL REINO PROHIBIDO, de Rob Minkoff.

SOBREDOSIS DE KUNG FU
Aunque no la comparta, entiendo perfectamente la afición que despiertan las películas de artes marciales, cuyo máximo exponente, el malogrado Bruce Lee, supo adaptar las singularidades del cine asiático y la cultura china a parámetros más occidentales.
Durante los últimos años, no obstante, los films más destacables pertenecientes a este género cinematográfico han procedido de Asia: Tigre y dragón (Taiwán, 2000), Hero (China, 2002), Zatoichi (Japón, 2003) o La casa de las dagas voladoras (China, 2004), por poner sólo cuatro ejemplos. El reino prohibido no alcanza, ni mucho menos, la calidad de las antes mencionadas pues se limita a reproducir, con un elevado grado de esquematismo y tosquedad —todavía dudo si por falta de talento o por la voluntaria intención de parodiarlos—, argumentos y clichés más propios del anime japonés —concretamente la serie Dragon Ball, con la que comparte la revisión de la leyenda del Rey Mono— que del cine de artes marciales.
Luchas espectaculares, con coreografías imposibles, se suceden a mansalva para hacernos olvidar la anecdótica trama que combina viajes en el tiempo, profecías sobre un elegido, una guerra entre el Bien y el Mal y un romance que supera la barrera del tiempo. Así pues, El reino prohibido es un discreto relato de acción sólo recomendado para los incondicionales del Kung-Fu.
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