(3) LOS GIRASOLES CIEGOS, de José Luis Cuerda.

OURENSE, PRIMAVERA DE 1940
El último guión por el añorado Rafael Azcona fue esta adaptación del último de los cuatro relatos que contiene la novela homónima de Alberto Méndez, fallecido antes de poder conocer el éxito de su libro. Ubicada en la inmediata posguerra civil española, el film traslada el relato desde Madrid a Galicia por razones de ambientación al ser preciso rodar en exteriores con calles y edificios fieles a la época.
El eje narrativo viene marcado por Ricardo, un profesor republicano oculto en su casa, el típico “hombre topo” temeroso de las represalias franquistas, que involucra en su situación a su esposa Elena y a su hijo. En el otro polo del conflicto se sitúan en nuevo Estado totalitario y una Iglesia colaboracionista con la dictadura que, no sólo regulan la monocolor actividad política del país sino también la vida privada de la gente, forzada por el terror y abocada al servilismo en medio de un clima patriótico que ha convertido a los ciudadanos en meros súbditos, abolidas sus libertades democráticas y garantías constitucionales.
El personaje de Salvador, que significativamente reúne en su persona la doble condición de militar y religioso, desencadenará la tragecia al obsesionarse por la atractiva Elena y convertirse en educador de su hijo. Todo ello, evidentemente, en medio de una convivencia civil distorsionada por un moralismo enfermizo y un acoso policial que impide a unos y a otros alcanzar su plena realización afectiva. la lucha por la supervivencia obligará a los vencidos a esconderse, a mentir, a disimular… mientras los vencedores alardearán de su misión histórica de construir la España “una, grande y libre” que, paradójicamente, condenará a la mirad de los españoles, rodeados además por Hitler en Europa y por Salazar en Portugal, al exilio, la cárcel o la muerte.
Películas tan interesantes y cuidadas en su realización como Los girasoles ciegos evidencian no obstante las dificultades que conlleva la adaptación de obras literarias a la pantalla, al ser literatura y cine dos artes con lenguajes tan particulares como distintos. Lo exigible en todo caso es que se mantenga lo esencial del argumento y los personajes, así como que se respete el sentido del texto original. R. Azona y J. L. Cuerda han hecho un trabajo muy meritorio pero, lejos de las sutilezas, sugerencias y síntesis del cine más moderno, han optado por un estilo naturalista heredero de la narrativa del siglo XIX, con todo el esfuerzo volcado en una puesta en escena dirigida a dar vida propia a los personajes y conferir verosimilitud a las situaciones, más allá de las estrictas palabras usadas por el escritor, a veces redundantes, retóricas o demasiado rebuscadas sin por ello mermar sus virtudes literarias.
En Los girasoles ciegos es tan terrible la historia narrada que es muy difícil no caer en algún exceso melodramático, en una frase panfletaria o en determinada afectación interpretativa, pero en general la película presenta un balance muy positivo, con escenas que traducen muy bien el contexto fascista del momento y la interesada ceguera de la jerarquía católica. Por ello encuentro magnífica la escena final de la confesión, consagración oficial del perdón y el olvido para quienes se convirtieron en asesinos “por dios y por la patria”.
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