(1) CUATRO VIDAS, de Jieho Lee.

LA TIRANÍA DEL AZAR
El primer largometraje del director estadounidense de origen asiático Jieho Lee aplica con irregular fortuna la ya clásica fórmula de “vidas cruzadas” –que tan buenos resultados dio en el film homónimo de Robert Altman (Vidas cruzadas, 1993)– para narrar una sucesión de historias sobre el azar como axioma inevitable del devenir humano. A partir de un confuso puzzle narrativo formado por las vicisitudes de cuatro personajes, Cuatro vidas profundiza en los cuatro componentes emocionales que, según un proverbio chino, está formada la vida: la felicidad, el placer, la pena y el amor. Así, un mediocre oficinista que toma una decisión que marcará su vida, un matón a sueldo con ínfulas de buen samaritano, una estrella de pop que huye de su artificiosa existencia y un médico enamorado de la mujer equivocada unen sus destinos en un relato desordenado cuyo único elemento común es la casualidad de situarse en el momento y en el lugar adecuado. Precisamente ese factor arbitrario y poco consistente a la hora de enlazar las diversas historias, que responde más al capricho del autor que a una necesidad narrativa, explica la estructura forzada hasta el extremo. La elección de esta peculiar forma de narrar un relato exige, además de que encajen las piezas, saber en qué momento deben confluir las historias de manera sutil y no forzada, como es el caso, y dotar al conjunto de un significado concreto que, valga la redundancia, no acaba de concretarse.
Por otra parte, Lee renuncia a dar entidad a los personajes para recrearse en el aspecto estético del film, destacando una contundente puesta en escena y una atmósfera claroscura que homenajea al cine negro, en lo tocante tanto a la escasa iluminación –casi toda la acción transcurre de noche– como a la ambigüedad moral de los protagonistas. Resumiendo, Cuatro vidas es un digno ejercicio de estilo que, no obstante, naufraga en su esfuerzo de hilvanar un relato coral que carece de suficiente solidez. Otra vez será.
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