(1) ZOHAN. LICENCIA PARA PEINAR, de Dennis Dugan.

UN EX-AGENTE DEL MOSSAD
Si no fuera por el tema que trata, aunque sea tangencialmente, Zohan. Licencia para peinar pasaría a formar parte de esas olvidables y deleznables comedias desmadradas estadounidenses protagonizadas por frikis obsesionados por el sexo y la escatología.
Pero se atreve a ubicar la acción dentro del conflicto palestino-israelí, algo hasta hace poco impensable. Y ello implica cierta intencionalidad de trascendencia, pues el mensaje político que encierra es evidente: el hartazgo de tanta violencia sin sentido, la necesidad de diálogo, la cooperación como medio efectivo de progreso.
El film narra las vicisitudes de un agente del Mossad que, insatisfecho con su vida, decide abandonar su trabajo y su familia en Israel para irse a Nueva York y dedicarse a lo que siempre ha soñado: ser peluquero. Dugan realiza, siempre bajo la apariencia de un relato superfluo y prescindible, un desternillante análisis sobre lo absurdo del enfrentamiento entre vecinos condenados a entenderse, lanzando críticas veladas a los dos bandos, parodiando tanto a musulmanes como a judíos y logrando hacer chistes acerca de las complejas realidades políticas que deterioran las relaciones internacionales.
Eso sí, no faltan caracterizaciones surrealistas, situaciones y diálogos absurdos, reiteraciones innecesarias y una ingenuidad desbordante que deriva en el mensaje simplista de hermandad universal. Pero es tal la acumulación de gags que alguno provoca la risa. Para pasar el rato.
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