(2) UN BUDA, de Diego Rafecas.

CAMINO DE PERFECCIÓN ZEN
Debut en la largometraje de Diego Rafecas (Buenos Aires, 1970), un realizador de cortometrajes convertido en director, guionista, productor y actor de Un buda, un film de carácter independiente y de un reducido presupuesto que viene a ser una especie de manifiesto sobre la vivencia budista en su vertiente zen, nada de extrañar si tenemos en cuenta que tanto el realizador como el actor Agustín Market habían sido investidos monjes budistas unos años antes.
La película tiene aspectos de interés porque pretende ser un profunda reflexión sobre el sentido de la existencia humana y sobre el camino hacia la felicidad personal, enfrentando para ello las posturas de dos hermanos cuyos padres fueron asesinados por los militares golpistas argentinos. Las conversaciones entre diversos personajes, especialmente las mantenidas entre el inquieto Tomás y su hermano Claudio, profesor universitario de filosofía, vienen a materializar el dilema entre razón y misticismo, entre lógica e inspiración, a modo de choque conceptual entre las culturas de oriente y occidente que el fin resuelve con la presencia de un “maestro” japonés que propugna la síntesis entre trabajo y meditación, entre asceticismo y familia, entre esfuerzo introspectivo y práctica sexual.
Las preocupaciones espirituales de Tomás y su búsqueda del verdadero conocimiento se caracterizan por seguir un itinerario que comprende la consciencia de sí mismo, el sacrificio, la iluminación, el perfeccionamiento y la paz interior. Una trayectoria personal que reconciliará al joven protagonista con el mundo exterior, con su hermano y con su propia novia en un final feliz que deja un regusto a respuesta “militante” sobre el buen vivir y el bien estar, adornada con sentencias filosóficas que tienen tanto de sentido común como de metafísica de baratillo, con la debida ambientación musical evanescente a cargo de Pedro Aznar.
En ciertos momentos, llegamos a dudar del correcto punto de vista propugnado por el realizador, porque algunas bromas o ironías que he creído percibir generan no poca ambigüedad en cuanto a la defensa o rechazo de la teoría y la praxis zen. Todo ello sólo es responsabilidad de una dirección discutible que alarga innecesariamente la duración del relato en más de media hora, restando claridad y precisión al discurso fílmico.
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