(1) LA VIDA SIN GRACE, de James C. Strouse.

ASUMIR LA PÉRDIDA
Galardonada con el Premio del Público del pasado Festival de Sundance, la opera prima del realizador James C. Strouse, La vida sin Grace, es un emotivo melodrama que, bajo el sello distintivo del cine independiente USA –nos encontramos ante una modesta producción de bajo presupuesto, sencilla y sin pretensiones–, indaga en el proceso de asimilación y superación de la pérdida de un ser querido en el seno de una familia media estadounidense.
Cuando a Stanley, responsable “amo de casa” y padre de dos hijas adolescentes, le informan de la muerte de su esposa militar en Iraq, decide embarcarse junto a ellas en un viaje iniciático, físico –a un parque de atracciones, lugar paradigmático de inocencia e ingenuidad– y psicológico –el padre, bloqueado emocionalmente, busca el momento más oportuno para decírselo a sus hijas mientras intenta, de alguna manera, reparar su incapacidad de transmitirles afectividad–, que permite al director meditar sobre las complejas relaciones interpersonales y familiares, siguiendo la tradición de las mejores road movies.
No obstante, la falta de crítica sobre la guerra de Iraq o sobre la precaria situación de inseguridad de los soldados norteamericanos desplazados allí convierten al film en un canto al conformismo –el mensaje no puede ser más claro: ante la muerte de los soldados, tragar saliva y pasar página–, pues incluso el protagonista, discretamente interpretado por un envejecido John Cusack, posee una inquebrantable fe en los valores neoconservadores –patria, credo, ejército, familia– y su hermano, mucho más sensible ante la realidad política y crítico contra el gobierno, aparece como un holgazán disidente que, eterno estudiante y con aspecto descuidado, vive en casa de sus padres porque es incapaz de valerse por sí mismo. La vida sin Grace se mueve en la fina línea que separa el drama contenido del melodrama tendencioso, pues Strouse no evita manipular al espectador a su antojo con la inserción de lacrimógenas escenas protagonizadas por unas hijas que intuyen algo pero no saben qué y por un padre que sabe qué debe hacer pero no cómo, acompañado de una banda sonora –compuesta por Clint Eastwood– que enfatiza, redundantemente, el dramatismo. Discreta.
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